Por entonces creía que la literatura consistía en pensar muy fuerte muy fuerte. Así: mmmmmmnnnmm…mmmmmnnn. Sobre algo concreto. A ver si salía algo. Algo así como parir (o cagar): ¡Empuja, empuja!, pero haciendo fuerza con los sesos. Tratar de concentrarse en un género o subgénero concreto –con lo volubles y subjetivos que son- adoptar el tono pertinente y dejar que la pluma o la máquina de escribir –entonces el ordenador era algo muy lejano- rellenase páginas casi de forma automática.
A mí me gustaba el tono de los tipos duros de las películas de vaqueros. O los detectives salvajes y solitarios creados por escritores como Hammet y Chandler y encarnados en tipos como Humphrey Bogart. Gente por encima de los sentimientos. Nada de sensiblerías. Frases cortantes. Hirientes. Despreciando los abrazos y los besos. Me cautivaba ese tono desapegado, ese destino irrevocable de soledad invencible.
Con esas consignas en la cabeza escribía mierda. Cosas que no eran mías.
Intentaba empezar novelas con cosas como: ‘Llegó cansado de bregar con la ciudad. Había llovido durante todo el día, así que decidió llenarse un vaso de whisky para entrar en calor. Debía tomar una decisión sobre aquel asunto’
Utilizaba la tercera persona. Siempre en una atmósfera dura que endurecía al personaje. Siempre sin desvelar nada. La novela se quedaba en dos párrafos tajantes, curos y cínicos. Era como expulsar veneno. Intenté mejorar mi escritura metiéndome en la piel del personaje. Al segundo whisky tecleaba de forma inconexa. Al tercer trago me quedaba dormido junto al papel. ¿Cómo lo hacía Humphrey? ¿Cómo seducía con ese hedor a alcohol? ¿Por qué las mujeres confundían esa actitud tan desafiante con el amor?
Más allá de lo que abarcan esas preguntas el caso es que no conseguía salir de esa concepción de escribir.
El primero, que yo recuerde, que me dio una pista sobre qué cosas contar cuando uno se pone a escribir fue mi tío Ricardo. Persona ajena al mundo de la literatura y la escritura su consejo fue prístino, simple y de cajón ‘¿y por qué no escribes sobre tus viajes? Por lo que cuentas te han pasado cosas interesantes y has estado en lugares a los que no es fácil llegar’. La verdad es que ese consejo me rondó durante años. Hasta el día de hoy me he acordado de aquella recomendación. Al principio pensaba que a nadie le interesarían aquellos bandazos. Sin embargo pude ir comprobando que cada vez que contaba anécdota de algún viaje la gente se reía o quería saber más. Incluso algunos decían: ‘Todo eso que cuentas te da para escribir un libro’
Los asuntos propios son una materia prima muy buena. Aunque no se trata de escribir un diario, aunque se pueda adoptar ese formato. La hondura de la interpretación de los hechos y las sensaciones que los acompañan son la clave. Fui obviando la necesidad de escribir una novela policiaca, o una novela histórica con templarios de por medio.
La cita de Elias Canetti (que encabeza el blog de Ladislao Aguado) se convirtió en santo y seña: ‘Di tus cosas más personales, dilas, es lo único que importa, no te avergüences, las generales están en el periódico’. Hace poco pude ahondar en el sentido de la primera parte de esta frase: ‘Di tus cosas más personales’. Fue a raíz de leer unos ensayos agrupados bajo el título de ‘Zen en el arte de escribir’.
Lo que el autor de ese libro –Ray Bradbury- dice es que uno tiene que escribir lo que siente. Escribir no es un esfuerzo. Escribir es fluir. Escribir es sentirse mejor. Es realizarse. Eso no excluye que haya que trabajárselo. Que haya que dar con la ‘Inspiración’. Algunos extractos del libro lo explican muy bien: ‘Si uno escribe sin garra, sin entusiasmo, sin amor, sin divertirse, únicamente es escritor a medias. Significa que tiene un ojo tan ocupado en el mercado comercial, o una oreja tan puesta en los círculos de vanguardia, que no está siendo uno mismo. Ni siquiera se conoce. Pues el primer deber de un escritor es la efusión: ser una criatura de fiebres y arrebatos. Sin ese vigor, lo mismo daría que cosechase melocotones o cavase zanjas’.
O este otro: ‘Fíjese en los pequeños encantos, encuentre y modele las pequeñas amarguras. Saboréelos en la boca. […] Hay ideas en cualquier lugar, como manzanas caídas deshaciéndose en la hierba por falta de caminantes con ojo y lengua para la belleza, sea absurda, horrorosa o refinada.’
Me parece absurdo tratar de escribir una novela diseñada para el gran público. Escribir es una especie de terapia personal en la que airear las experiencias más o menos dolorosas. Mostrar el punto de vista personal, cómo ve uno el mundo. Así que cuando hay gente que me anima a ‘escribir cosas interesantes, una trama, algo que capture al lector’ no les hago mucho caso. No puedo tener la mente ocupada en lo que quieren los demás -además cada uno quiere una cosa. Trato de mirar hacia adentro. Trato de rescatar algún sentimiento, algo que me ha conmovido, algún detallito, y darle toda la coba que sea necesaria. Si eso se convierte en algo que divierta a los demás, que les haga pensar, que los conmueva, entonces es la pera. Pero eso es un objetivo secundario, un beneficio colateral.
La frase inicial de Canetti tiene un matiz importante: ‘no te avergënces’. Eso es complicado. Pero absolutamente necesario. Si se quiere quedar bien con todos los potenciales lectores no hay nada que hacer. Si, por ejemplo, yo obvio el paréntesis inicial –recuerdo: (o cagar)- porque puede que alguna gente piense que no es propio de mí, entonces dejo de ser yo. Ser políticamente correcto es convertir el texto en una basura. Lo cual no quiere decir que escribir sea una sucesión de groserías. Lo que quiere decir es que hay que escribir sin tapujos y en ese caso uno puede quedar ante los ojos de los demás como una ruina (que se lo digan a Vargas Llosa con su Tía Tula y el escribidor).
Decepcionaré a algunos. Haré reír a otros. Muchos jamás me leerán. Pero yo voy a seguir contando mis cosas. Es una cuestión personal. Es para no volverme loco. Es para masticar la vida y sacarle sabor.
Finalmente: ¿qué han escrito gente como Umbral, Kapuscinsky, Vargas Llosa, Auster, Coetzee, Cabrera Infante, Steinbeck, Naipaul, Roth o Lobo Antubes? Pues, de una manera más o menos distorsionada, lo que han visto y sentido durante sus vidas. Sus obsesiones. Incluso Bradbury, un exponente de la ciencia ficción, cuenta en el mencionado libro de ensayos como cada uno de sus relatos se arraiga en una experiencia personal, en algún miedo o sensación que quería expiar.