Según los últimos informes, Standard&Pool y Moody’s han rebajado la nota de calificación de nuestro stock de pan. Ya no tiene la triple A. Uno le da la AAB- y el otro ABB pero con tendencia negativa amortiguada.
Vamos, que el pan se está poniendo duro.
Javi, el quillo, nos enseña una manera rápida de convertir los mendrugos de pan en algo exquisito. Con desparpajo los tira encima de las brasas y las cenizas. Nosotros, que los poníamos a calentar apoyándolos sobre ramas o piedras nos escandalizamos. Parece como si los quisiese utilizar de combustible. Pero no. Allí, en contacto directo con las brasas, reviven. Abriendo esos panes crujientes por la mitad y echándoles aceite de oliva y sal queda un desayuno inigualable. La mayoría lo acompaña con leche que calienta Migue. Yo por ahí no paso. Al lado, en otro fuego, y con el cazo que me presta Ángel, me caliento agua para un té verde.
Javi, el lamparones, sigue durmiendo en el techo del land rover. Por eso de ver las estrellas. Así que suele ser el primero en levantarse, para ir cuanto antes a la hoguera y desentumecerse. Después, o a veces antes, asoma el Indio, acostumbrado a los madrugones y la rasca. ‘¡Menuda peluha!’, dice el quillo, también acercándose a la hoguera.
Uno de los hallazgos de la jornada anterior no fue muy feliz. Encontraron los restos de una hoguera aun humeante. Al lado había una cola de gato montés, cortada hacía pocas horas. Tenía hormigas que sacudieron para poderse llevar el trofeo que los cazadores olvidaron. La red de pistas que descubrimos y los linternazos que vamos viendo por las noches nos permiten concluir que se caza de modo bastante activo. Eso cuadra también con los todoterrenos que avistamos. Todoterrenos lujosos. Gente de pasta que sabe lo que hace. Con rutas preestablecidas que van recorriendo todos los puntos de agua que hemos ido encontrando. Saben a lo que van. A sorprender a los animales cuando van a beber. Tiran a lo que sea. Perdices, liebres, gato montés. El premio gordo es la gacela, pero todo vale.
La lumbre se va tragando los desperdicios que vamos generando. Es muy voraz. Cuando uno pasa por al lado va echando la morralla que ha acumulado en los bolsillos. La hoguera, aparentemente adormecida, responde con un par de llamas, celebrando que alguien haya echado un pañuelo, el envoltorio de un chicle o las pelusas que se acumulan en las tiendas.
Mientras el Indio ha ido a retirar las cámaras-trampa los demás desmontamos. Rehacemos las mochilas, volvemos a meter los bidones de agua en el Toyota, las cajas de comida. El que más trabaja es Migue, al tanto de la logística, pendiente de la ubicación más eficaz. Haciendo un puzle tridimensional cada día.
El plan para hoy es seguir rumbo este y buscar un lugar que nos parezca bien en el Regg Labyad. Aquí vamos a encontrar arena, incluso campos de dunas, un hábitat mucho más adecuado para el gato de (adivinen) las arenas. Antes de salir detectamos dos águilas reales. Ángel y Jesús, que no paran de otear el horizonte con sus prismáticos, han visto algo. Enseguida hemos desplegado toda la artillería óptica que traemos y con gran pericia los expertos han encontrado el nido en un roquedo que está a varios kilómetros del campamento.
Así da gusto. Es impresionante lo que esta gente es capaz de detectar. Si yo fuese solo por aquí me llevaría la sensación de que esto es un pedregal vacío. Cuando ves que hay bichos el paisaje se revaloriza.
Javi, el quillo, conduce por el desierto. Va feliz. En su salsa. Los del techo se agarran como pueden a las barras de la baca. Pasamos rebaños de camellos. Las madres interponen su cuerpo entre los coches y su cría. Da igual que vayas para adelante o para atrás intentando sacar una foto de madre e hijo. La madre siempre delante. Siempre protegiendo. Con lo único que tiene. Su cuerpo. Su vida.
Encontramos varios asentamientos a lo largo del camino. Algunos de ellos provisionales. Otros parecen más estables. Junto a estos últimos hay pozos y aljibes de reciente construcción. Toda el agua que se saca del subsuelo es en detrimento de las acacias, que chupan del freático.
Los cuervos saharianos levantan el vuelo cuando pasamos junto a la carroña que trabajan. ‘Buena señal’, dice el Indio. Si hay cuervos es que no ponen veneno’, aclara. ‘¿Y cómo es eso?’, le pregunto. ‘Los cuervos son los primeros en desaparecer, porque son los únicos que encuentran todas las carroñas. Si de manera habitual se ponen cebos envenenados los cuervos serían los más afectados. Así que si hay cuervos es que al menos el uso del veneno no está extendido por la zona’.
Una vez más me doy cuenta que ir a buscar bichos parece un juego de detectives. Hay que estar atento a cualquier detalle. Escuchar lo que te va diciendo el paisaje. Anotar cada suceso, por insulso que parezca.
Tengo la sensación de que los días se nos escurren entre las manos. Pasan sin notarse. Ya está atardeciendo. Necesitamos buscar un lugar en el que pasar la noche. Encontramos uno al pie de un relieve interesante, peculiar, que nos puede ser útil para localizarlo desde lejos.
Dejamos los coches en unas raquíticas sombras. De nuevo volvemos a fragmentarnos y desperdigarnos: parecemos una ralea de sabuesos que sale desaforada en cuanto le abren la puerta. Husmeamos todo lo que podemos. Enseguida hay alguno que ha empezado a trepar la paramera. Otro que busca excrementos de guepardo en lo alto de las acacias (el Indio va apuntando todas las que se revisan). Otros se meten por el Oued. Otros colocan las trampas para micromamíferos. La actividad es febril.
A las tantas llega Javi, el quillo, cuando estamos poniendo en la lumbre unas patatas. Es noche cerrada. Empezábamos a preocuparnos. Nos cuenta su último hallazgo. Un camello muerto. Recién parido. La madre dando vueltas en torno al cadáver, nos cuenta. Desesperada. Para evitar que dé cuenta de él los carnívoros. Los hambrientos chacales. Los cuervos.
Es cruel. Es brutal. Es la naturaleza. Proteína que circula constantemente.
Al minuto de la noticia un coche sale a toda velocidad. Ángel y Javi, el lamparones, se aferran como pueden a la baca. Focos, linternas y frontales barren el llano. En busca de ojos. Vamos a buscar el camello muerto. Una cámara trampa colocada allí puede dar mucha información. ‘¡Allí, allí, tío!’ exclama Gerardo. Experto en avistamientos nocturnos ya ha detectado unos ojillos. ‘Dale tío, dale’ Le espetamos al conductor. Javi, el quillo, como no.
El coche empieza a bandear. A coger velocidad. Alguien saca la cabeza por la ventanilla y les dice a los de arriba: ‘¡Agarraos!’. ‘Dale, Javi, dale’. ‘¿Más?’, responde él algo incrédulo. Mientras el zorrillo a toda pastilla dando unos requiebros que nos hacen variar el rumbo contantemente. Javi, el quillo, que también quiere ver al cánido. ‘Tú mira para adelante que nos vamos a dar una hostia’. ‘Y dale más’. Entonces retador, responde: ‘¿De verdad me dais permiso para ir más rápido? Vale’ –se contesta él mismo. Y entonces sí. Empezamos a acortar distancias. Y a notar los golpes de los de arriba, que las deben estar pasando canutas.
Vemos al zorro de Rüppel a placer. Perfecto. Exhausto. Con la punta de la cola blanca.
Por fin retomamos la ‘ruta’ y llegamos al camellito muerto. La placenta ya ha desaparecido. Y los cuartos traseros. La madre se ha perdido en la oscuridad. Consciente de que no había nada que hacer. Se ha alejado de allí. Al menos no ver cómo desgarran el cadáver de su hijo. Como los cuervos le picotean los ojos.
Tanto esfuerzo para nada. Vaga la camella en la noche sahariana. Vaga sola, desconcertada. Llora. Las lágrimas se filtran en el pavimento del desierto. Pedregales silenciosos. No tiene más remedio que seguir adelante.
después de todo,
después de tanto todo para nada
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