Vida de oficina (Memorias de un oficinista)

No hay luz. Pero tiene que haberla. Porque puedo ver lo que hay al otro lado de la calle. Es una luz sucia. Y menguante. Que dejó atrás, hace tiempo, su apogeo.

Sólo a estas horas, cuando el día está liquidado, es cuando puedo ver la luz. Los restos de pálida luz.

Creo recordar que en estos precisos instantes es posible admirar, en el negativo de esta vida de oficina, puestas de sol magníficas.

Me resulta imposible acceder a ellas. Los altos edificios que conforman lo que hemos convenido en llamar civilización y sofisticación, allí donde residen todos los documentos importantes que guardan memoria de cada cosa que se dijo e hizo, cortan cualquier perspectiva. Sin duda adoramos el pasado. Renegamos del presente. Nos cuesta imaginar algo diferente.

Podría intentar llegar donde terminan los edificios. Inútil esfuerzo. Para entonces ya no quedaría nada de luz. Son muchos los obstáculos que hay que salvar.

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La exquisita ligereza con la que se desplazan y actúan la mayor parte de los empleados da a entender que este ecosistema lúgubre, esplendoroso en su interior debido a los miles de kilómetros de cables y toneladas de bombillas, está en armonía. Ruedas de maletas silenciosas flotan en la tarima de madera de balsa. ¡Qué lejos del barro primegenio de la selva! Desterramos lo natural. Después lo rescatamos como un icono de salud y bienestar. Lo natural es a la vez primitivo y sofisticado.

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Los retos que he escogido, aunque engañosamente han sucumbido a la estrategia diseñada, sólo han supuesto triunfos mediocres. Me han alejado de las vivencias emocionales, cuyo fracaso es el verdadero motivo de la existencia.

2 comentarios sobre “Vida de oficina (Memorias de un oficinista)”

  1. es una aceptación de la no vida, de conversaciones que incluyen siempre las mismas palabras, las frecuentes preocupaciones, un cuadriculado enjambre de trajes de rallas y corbatas, de risas falsas y vida moderna sobre un hielo delgado (thin ice)

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