Un libro muy divertido que cuenta las andanzas de un antropólogo en plena selva africana tratando de estudiar a la tribu de los dowayo. No puedo dejar de citar al propio autor –hay muchas para enmarcar- para mostrar el tono de la novela y los objetivos que persigue. Dice así cuando acude a la embajada camerunesa a pedir el visado de entrada al país: “La principal dificultad reside […] en explicar por qué el gobierno británico considera provechoso pagar a sus jóvenes súbditos cantidades bastante importantes de dinero para que se vayan a zonas desoladas del mundo con el supuesto cometido de estudiar pueblos que en el país son famosos por su ignorancia y atraso. ¿Cómo era posible que semejantes estudios fueran rentables? Evidentemente, había algún tipo de propósito oculto. El espionaje, la búsqueda de yacimientos minerales o el contrabando habían de ser el verdadero motivo. La única esperanza que le queda a uno es hacerse pasar por un idiota inofensivo que no sabe nada de nada”.
Más allá de su experiencia concreta, Barley consigue convertir el libro en una referencia que retrata el carácter de las estancias en regiones tercermundistas. Las fases de ilusión, decepción, desolación quedan perfectamente reflejadas, así como los hechos de congraciarse con el mundo occidental primero y con el complicado lugar que se visitó después.
Un libro que puede desanimar a viajar a lugares poco civilizados. Pero que consigue transmitir ese gusanillo que se instaura en todo aquel que, por ignorancia o valor, superó las fronteras del miedo, de los prejuicios, y conoció lugares completamente diferentes de donde creció.
Sólo le pongo un pero al libro y es que Barley, a pesar de todo, insiste en contarnos su estudio de campo con cierto detalle, cuestión aburrida para aquel al que no le interese la antropología. Pero, como él dice: “He calculado que durante la temporada que he estado en África quizá pasé un uno por ciento del tiempo haciendo lo que había ido a hacer. El resto lo invertí en logística, enfermedades, relacionarme con la gente, disponer cosas, trasladarme de un sitio a otro y, sobre todo, esperar.”