Ayer, después de colgar contigo, las cosas cambiaron radicalmente. No pasó nada, pero pudo pasar. Por eso estoy en el hotel, escribiendo esta carta después de un opíparo desayuno.
No pudo ser la cervecita en las aguas termales. Al poco de llegar al hotelito cochambroso de Sajama que habíamos pagado por adelantado una señora nos dijo que había problemas en la carretera. Era una guía turística que andaba con unos franceses por la zona. Tuvo la buena idea de avisarnos que una comunidad ha cortado la Ruta 4. Reclaman su propia carretera.
Como consecuencia ha colas de varios kilómetros de camiones. El bloqueo es serio, nos advierte la amable señora, y si tenemos un vuelo en los próximos días, nos dice, es mejor que intentemos salir hoy de aquí.
Te cuento esto escribiendo tranquilamente ahora, sentado cómodamente, después de haberme duchado y comido bien. Los rayos del sol se filtran por la cristalera. Los turistas hacen sus planes para visitar La Paz, o contratar una excursión al Titicaca, a Potosí.
El hotel se llama el Palacio de Eva. Y no mi amor, no es un burdel. Es un negocio familiar, regentado por un tipo excesivamente ceremonioso y formal que nos trata con una prosopopeya que termina por incomodar. Está bien situado. El hotel digo. El tipo también. Siempre. Para abrirte la puerta. Para decirte el horario del desayuno. Para buscarte un taxi. Junto a la catedral. Junto a las zumerías a las que hemos ido antes de desayunar. Después de meternos un par de litros per cápita hemos vuelto deprisa y corriendo a la habitación. Al cuarto de baño de la habitación.
Catedral de La Paz. Detrás las casas apiñadas de El Alto
Anoche llegamos a las tantas. Después de recibir la noticia del bloqueo decidimos unirnos al primer convoy que nos sacase de Sajama. Nadie se atrevía a enfrentarse a los piquetes. Fue nuestro guía sucumbió a la jugosa oferta económica y nos llevó.
Mientras tanto conseguimos comer en el mismo restaurante que tiene el hotel y la cabina desde la que te hablé. Obviamente todos estaban en otra faena así que los niños que estaban a cargo del negocio no sabían que cobrarme por la ropa que habíamos dejado a lavar antes de irnos a intentar la cumbre.
Recogimos a puñados nuestras pertenencias y las fuimos metiendo aleatoriamente en las mochilas. Todo estaba esparcido por la habitación. Una de las tareas que hoy tenemos es poner en orden los equipajes. Está todo mezclado. Vamos que ahora mismo no sé donde tengo los prismáticos, si en alguna de mis dos mochilas o en las de Gerardo.
Fíjate cómo será la cosa que incluso a mí este nivel de desorden y caos me empieza a poner nervioso.
Tampoco mucho, no te vayas a creer.
Verdaderamente era un espectáculo ver tantos camiones juntos. La gente lleva allí varios días. Se ha montado un campamento improvisado. Se juega a las cartas, se charla, se cagan en Evo Morales.
Tuvimos que andar uno tres kilómetros con las mochilas. No fue fácil. Veníamos de hacer un seis mil. Y aún teníamos la misma ropa. Además los mochilones, al no estar bien armados, se clavaban por todas partes. Y seguían pesando como demonios.
Gracias a esta señora atravesamos los piquetes sin mucho problema. Yo pensaba que lo mismo nos apedreaban, pero sólo recriminaban a otros bolivianos. No sé si aún conservan un problema de acomplejamiento frente a los pálidos gringuitos o simplemente consideran que nosotros estamos fuera del juego.
Al otro lado de los piquetes había muchos autobuses aguardando a la gente que había tenido que interrumpir su trayecto. Nosotros, que habíamos salido de la nada, no teníamos plaza en ninguno de ellos. Hasta que ofrecimos cien bolivianos. Entonces, de repente, tuvimos sitio.
De nuevo gracias a la intercesión de esta guía boliviana.
Zumería ambulante en La Paz
Llegamos tarde y fuimos al hotel que nos recomendó la susodicha. Yo iba sudando. Todavía llevaba la misma ropa que me había permitido hacer cumbre a quince bajo cero. Para La Paz empezaba a ser excesivo.
Nos quitamos la suciedad de varios días y fuimos a cenar.
Las escenas que vivimos a continuación son un poco lamentables.
Imagínate a dos tipos barbudos, famélicos, que han hecho un seis mil hace pocas horas, entrando en un buffet libre.
No había llegado el camarero y devorábamos el pan con mantequilla ese que ponen para entretenerte. Cuando llego: ¿Para beber?, no le hacíamos caso. Estofffmmmmñanñam…mmmgggf…Parecíamos los trolls. Gerardo casi se come las flores de adorno y yo estaba por morderle el brazo al camarero.
Conseguimos calmarnos y que nos explicase el procedimiento: una vez que pidiésemos un plato principal podíamos arramblar con el expositor de pastas, ensaladas y postres.
Así hicimos.
Parece que era un sitio medio chic donde la gente habla por el i-phone mientras presume de lo bien que le va en la vida. Uno de estos sitios de moda lleno de triunfadores trajeados que se limitaban a comer brócoli y a servirse (no a ponerse comida) cantidades modestas (irrisorias) para demostrar lo civilizados que eran.
Pero nosotros no teníamos esas cortapisas. Nadie nos conocía aquí. Comíamos, imagino, como hordas de bárbaros que bajan hambrientos de las montañas.
Y mira, según te cuento esto, y pese al desayuno que me acabo de meter, ya voy teniendo hambre. Vamos a ir a un argentino que nos dijo la buena señora.
La Paz se ve bien. Al menos mucho mejor que la última vez que estuve por aquí. Hay demanda de empleo por todos lados. Se ve movimiento. Se percibe a la gente con ganas de prosperar. Parece todo un poco más ordenado que antes, hay menos miseria.
Por lo que hemos hablado con taxistas, el dueño del hotel, camarero, en general hay bastantes críticas contra el presidente. Se le acusa de blando, de conceder muchas cosas. Eso hace que se le suban a las barbas. Cuando una comunidad ve que la de al lado ha recibido una carretera, un colegio, algo, entonces monta un lío para que también se lo den a ellos.
Es complicado gobernar.
Esta noche tenemos el vuelo. Así que ya pasado mañana te cuento en primera persona. Y te enseño las fotos. He hecho bastantes, aunque no sé cómo habrán quedado.
Un beso.