Una obra maestra por los cuatro costados. Es un libro muy equilibrado en el que las descripciones son compactas y contundentes -las dos páginas dedicadas a Niamey, la capital de Mali, son insuperables- hay contenido didáctico –nos habla de los tuaregs, de la desertificación, de la colonización francesa, del proceso de deshidratación del cuerpo humano- y hay una hilo conductor –atravesar el Sáhara- que te mantiene atrapado. Deseas avanzar, ver más sitios, y te da pena que queden cada vez menos páginas.
Este es uno de los libros en los que quizás más se puede notar no leerlo en el idioma original. Sé que se publico en castellano (El Sáhara desvelado, Flor de Viento) y que ha sido un libro que ha pasado bastante desapercibido. Yo lo tenía en la pila de libros por leer y no era el que me más me seducía. Una portada poco atractiva. Otro libro más, pensaba. Hasta que leí dos páginas. Pata negra. No es otro libro más de viajes sobre el Sáhara. Es el libro del Sáhara. Si alguien va a meterse por ahí puede palpar de antemano lo que va a vivir por esos lares leyéndolo.
El autor es un piloto de aviones, alguien en principio ajeno a la literatura, que ha viajado bastante por el Sáhara. De hecho la obra bebe de otras experiencias, cosa que no se preocupa en ocultar. El tipo va desde Argelia hasta Dakar, pasando por lugares míticos que desmitifica, como In Salah, Gao, Timbuktu o Tamanrasset. Lugares polvorientos y lejanos. Lugares que tienen más fama que cosas que mostrar. Se mueve de un lugar a otro mediante transportes públicos. Autobuses desvencijados, taxis, barcos que siguen el río Níger, triplicando el pasaje permitido.
La sensación de decadencia, de lugar ignoto, de desierto que avanza imparablemente la transmite muy bien Langewiesche. Yo me identifico con lo que transmite, aunque mi experiencia en el Sáhara sea limitada, compuesta de incursiones en sus bordes.