Salgo con la bolsa deportiva cargada con dos raquetas de precisión. Es una tarde soleada, pero el viento la convierte en desapacible. Por eso no tengo remordimientos de tener que coger el coche y tener que cruzar toda la ciudad. Porque no es día para estar junto al mar; los arenales agresivos. Aunque voy a jugar al squash llevo una ropa medio decente. Pantalones, una americana. Una camisa.
Soy consciente de que las botas de treking terminan por no encajar en el cuadro. Dicen los psicólogos que lo importante es ser consciente. Pues ala, yo ya he cumplido.
Cuando camino hacia la puerta de la urbanización, cargando con la bolsa, de la que sobresalen los mangos negros de las raquetas, me veo como un asesino en serie. Un tipo que camina directo hacia su objetivo. Con los fusiles ligeros que se desmontan en un conjunto de piececitas de materiales ligeros pero contundentes. Tubos que se enroscan y dan lugar, a partir de algo aparentemente inofensivo, a un arma letal. Así ando hacia el coche. Gafas de sol. Paso ligero. Sangre fría. Se oyen las pisadas. Y el rítmico golpear de la bolsa contra el muslo.
Meto la bolsa en el asiento de atrás. Como si nada. Como si tener que subirse a una azotea para buscar el ángulo más conveniente para zumbarle a la víctima en el arco supraorbital fuese cualquier cosa. Tendré que agacharme para que el dispositivo de seguridad, hombres de negro con pinganillos, no me detecte. Apoyado contra un murete, mientras las gaviotas siguen colgadas del cielo, enroscaré los tubos.
No tengo nada contra la víctima. Es mi trabajo. Manejar armas de precisión.
Se te ve algo tenso, me dice el compañero de pista. Mientras le zumbo a la bola. Un paralelo. Otro. Squeezing the ball.
El trabajo. El trabajo.
Después de estar al borde del infarto varias veces y de una buena ducha de agua caliente recupero las formas. La camisa. La bolsa beige cargada con las raquetas. Han disparado mucho esta tarde.
Inundado de endorfinas deshago el camino. Ya es de noche. Los faros abren camino.
Cariño y hoy que tal. He vuelto a perder.
Soplo los tubos. La pelota de squash aún conserva el calor de los golpes.
Es un trabajo delicado. Es un trabajo que obsesiona.