Cuando por fin me dejo caer estoy muy lejos de casa. En el altiplano boliviano, a más de 4000 metros de altura. Tengo toda la ropa de abrigo puesta. Estoy metido en el saco y el soroche, el mal de altura, ya me ha dado el primer estacazo. El aire enrarecido unido a las treinta y algo horas de viaje y al ‘jet lag’ me han convertido en un guiñapo cuya única aspiración es adoptar una postura horizontal.
La fuerza con la que hemos salido de Madrid se ha ido diluyendo a medida que nos hemos ido encontrando obstáculos: los múltiples controles de seguridad con sus correspondientes colas, los raviolis del avión, las esperas, la tensión con la que hemos aguardado la aparición de los mochilones en la cinta trasportadora, el peso de esas mochilas colgadas de los hombros. Por fin el autobús nos ha dejado en medio de la nada, y ha continuado su camino hacia Arica, por la Ruta 4.
Lagunas, pueblecito donde nos deja el autobús que sigue camino de Chile
Nos ha sorprendido durante el viaje el verdor del paisaje. Nos esperábamos una estampa árida y polvorienta. Un lugar frío y poco colorido. Sin embargo, los campos de quínoa estaban en su apogeo, mezclando rojos, amarillos y verdes (los colores de la bandera de Bolivia, por cierto). Nunca había venido al altiplano en esta época. Siempre utilicé el verano (del hemisferio norte) para viajar. Por lo que nos cuentan está terminando la época de lluvias –ya debió de terminar, pero ahora es imposible predecir el clima, nos dice una señora- y empieza el frío y la época seca. Lo cierto es que desde La Paz las nubes, los nubarrones, no nos han abandonado.
Campos de cultivo en el altiplano boliviano
Celsiño nos ha acercado con su todoterreno hasta Sajama, que queda unos kilómetros retirado de la Ruta 4. Estaba por jugar un partido de fútbol, con motivo de las fiestas de Semana Santa, pero ha preferido aplazarlo para ganarse unos pesos. Ya en el pueblo nos han informado en la casa del Parque que hay en la entrada de los atractivos de la zona. Tienen un mecanismo de turnos para llevar a los turistas de un lado a otro o alojarlos, de manera que el dinero se va repartiendo entre la comunidad.
Nosotros hemos decidido acampar los primeros días cerca de las termas, ya que Gerardo tiene las coordenadas de dos avistamientos de gato andino por esta zona. Cuando el segundo todoterreno nos ha dejado cerca de las termas y he cargado con los casi cuarenta kilos que me tocaban he notado de golpe el cansancio acumulado. Arrastrándome he llegado hasta el lugar en el que hemos decidido poner la tienda. Tras el esfuerzo –no ha sido mucho, hemos caminado una hora o así- me ha empezado a doler la cabeza y cada vez que me agachaba a clavar una piqueta las sienes palpitaban furiosamente. El Nevado del Sajama, envuelto entre jirones de nubes, presidía majestuoso la escena.
Primeros escarceos. De fondo los Panayotas, dos volcanes gemelos, el Parinacota (6348 m) y el Pomerape (6282 m)
Una vez hemos extendido sacos y esterillas y hemos empezado a desperdigar las cosas por la tienda ha empezado a repiquetear la lluvia. Al caminar hacia aquí los rayos caían sobre la llanura. Otro paisano nos aseguró que sólo llovería en los cerros, que ya estábamos en la época seca. Pero no. La tormenta nos ha envuelto. Llueve. Trato de cerrar los ojos. El dolor de cabeza me impide dormir. Estamos muy lejos de casa. La aventura ha empezado.