Nunca pude imaginar que un libro relacionado con el mundo de los toros me pudiese interesar. Pero la biografía de Belmonte, narrada en primera persona por Manuel Chaves Nogales, es un libro magistral.
El periodista sevillano tiene un estilo narrativo que resulta magnético. Dueño de un vocabulario amplio, utiliza frases cortas, sencillas, que dotan el relato de fluidez. No radica en la estructura el poder del relato. Ni en la intriga. La clave es la simplicidad.
Por supuesto que el material con el que trabaja es muy jugoso. Pero cuántas veces con buena materia prima se malogran libros. Por ejemplo Jon Lee Anderson queda lejísimos de Kapuscinski en su reciente La herencia colonial y otras maldiciones, y los argumentos de partida eran magníficos.
Vivimos en primera persona cómo se fragua un torero. Desde el barrio de Triana, ayudando a su padre en un puesto de quincalla con el que apenas subsiste la numerosa familia, va emergiendo poco a poco primero el torerillo, después el novillero y finalmente el torero total. Contemplamos con ternura la audacia de Juan y su pandilla de escépticos anarquistas, que se saltan las vallas y las normas para torear a la luz de la luna en las dehesas de los señoritos.
La biografía nos va mostrando los acontecimientos sociales de la época. Los viajes en tren y los viajes en barco a América. La diferencia de clases y la preponderancia del toreo sobre el fútbol. Aprendemos la jerga de la tauromaquia. Da igual no saber de toros para que el libro te atrape. De hecho el autor no era un experto en la materia, ni siquiera un interesado. Le interesaba el personaje.
La existencia miserable, bulliciosa y alegre de Juan Belmonte poco a poco va siendo sustituida por el éxito, la admiración y la envidia. Enemigo de la etiqueta y de las reuniones sociales el torero crece compitiendo con Joselito. La rivalidad entre gallistas y belmontistas marca una época.
Belmonte se retira del toreo y vuelve. Varias veces. Siempre anclado a la autenticidad de su toreo, a sus innovaciones, tratando de mantenerse ajeno al bullicio y las opiniones. Por fin consigue su propia finca, y le toca jugar el papel de patrono, de señorito.
Sólo te falta morir en la plaza, le dijo Valle-Inclán, a un torero atípico, lector empedernido, reflexivo. Un tipo extraño que supo retratar Chaves Nogales de manera impecable y que, contra todo pronóstico, murió lejos del ruedo.