Tortong consiste en tres cabañas de tablones húmedos que no encajan. Situado en una angostura del profundo valle del Yalung, Tortong cumple bien con la denominación de agujero. Pocas veces debe verse el sol en este lugar, permanentemente envuelto en brumas y sometido a una lluvia que no termina nunca.
Arriba a la izquierda, ahogada por el bosque, la principal casa de Tortong. (LINK a video)
El mejor plan en Tortong es salir de Tortong. Misión, por otra parte, nada sencilla. Hay dos destinos posibles y los dos suponen una dura jornada. Seguir el valle hacia arriba, hacia Tseram supone ganar altura y acercarse a los límites impuestos por la hipoxia. Y pasar más frío. Se atraviesa el bosque silencioso, se pasa a ratos junto al tremendo río de montaña que es el Yulang, se llega con las botas mojadas. Deseando sentarse junto al fuego. Esta es la opción sencilla.
La otra es dantesca. Primero hay que seguir el río aguas abajo. Para después salvar un desnivel de unos 600 metros, hasta el collado de la cabañita. Se trata de laderas inestables y hay que trepar por varias pedreras; andar sobre rocas garrapiñadas en barro. Un terreno inestable que puede venirse abajo en cualquier momento. La trepada llegaba antes hasta el collado natural, pero el último deslizamiento dejó una enorme cicatriz. Árboles aún con las hojas verdes atestiguan lo reciente del suceso. Ahora tiene el aspecto desvitalizado del interior de un cráter. Desde el collado hay una bajada de 1500 metros que exige mucho de las rodillas. Es un camino tedioso en el que hay que ir muy atento. Bajar esas pendientes imposibles, pisando sobre rocas resbaladizas, que parecen untadas de grasa o jabón, exige buscar muescas y resaltes en los que ir encajando la punta de la bota o el talón. Conviene bajar el centro de gravedad, para lo que hay que flexionar las rodillas constantemente.
Deslizamiento que se ha llevado el camino por delante. Véase cómo en el collado, a la izquierda, la senda se ve truncada (+fotos)
Pese a la dureza de la topografía hay gentes que atraviesan estos parajes frecuentemente. Gente dura de rostros apergaminados. Pero también niños que caminan despreocupados del brazo de sus padres. Gentes que no saldrán en toda su vida de estos valles. El bosque goteando. Los leopardos nebulosos al acecho. Presas precavidas que se camuflan entre los musgos. Aves que cantan desde la arborescencia, inaccesibles. El porteador de Yamphudim es un habitual de esta senda. Arremete la descomunal subida hasta la cabañita del collado. Hace pausas y calza con el bastón la carga. Aprovecha el encuentro con otras gentes para parar y charlar. La soledad es muy dura. La soledad y el frío y el silencio. Y las fieras acechando. Llueve eternamente y poco a poco el porteador, lleva sus cuarenta kilos hasta Tseram. Pasa la noche en cualquier lado. Bebiendo aguardiente. Medio ido. Acurrucado entre unas mantas que le dejan. Viendo pasar una vida monótona. Disfrutando de pequeños placeres. Espectador de las partidas de cannonball. Saboreando un cigarrillo. Bebiendo algo caliente. Vidas duras de cojones.
El porteador está a las órdenes del Patriarca. Así hemos bautizado al dueño de varios alojamientos y proveedor de mercancías. Negocian el precio de la carga y el Patriarca pesa espaguetis, noodles, paquetes de azúcar. Luego el porteador va acomodando las cosas en un cesto de madera. Tensa cuerdas. Prueba. Se descuelga los sacos. Los pone de otra manera. Así hasta dar con la disposición más cómoda. El Patriarca se aprovecha. Regatea hasta extremos inhumanos. Cada gramo de comida lo vende arriba a diez veces lo que a él le cuesta. El porteador mira con cierta pena, y con un poco de indignación, los dos billetes roñosos que le han dado. Parece pensar que no es justo. Pero al mismo tiempo se da cuenta de que su coste de oportunidad es muy bajo. Es decir, que no tiene alternativa. Para olvidar convertirá parte de ese dinero en aguardiente.
A veces, las menos, la carga la llevan los yaks. Nos cruzamos con pequeñas caravanas que remontan las pendientes con una facilidad sorprendente (ver video). Cuando los animales se detienen, absortos, sin entender el propósito de ir de un lado a otro, los azuzan con palos y piedras. Los yaks parecen animales sólidos e inamovibles. Pero son ágiles y rápidos. No conviene estar cerca de esos cuernos tan afilados.
El río es un caudal blanco y espumoso que se precipita con furia hacia las zonas más bajas (ver y escuchar el río). Por el contrario el bosque soporta con mansedumbre la cortina de agua que empapa las laderas. Las piedras envueltas en el silencioso musgo. Líquenes y epífitas medran en este ambiente saturado de humedad. El tiempo se para en el interior de estos bosques. Emana una calma perturbadora. Los troncos tumbados por los rayos o las avalanchas de piedras se descomponen lentamente e incorporan sus nutrientes al suelo. La hojarasca blanda. Girones de niebla que amortiguan la bravura del río.
El bosque, misterioso, no es siempre inmune al carácter impetuoso del río y los torrentes que lo van alimentando.
Las aguas van socavando las bases de las laderas. Y de repente, sin previo aviso, hay un deslizamiento que se lleva por delante una franja de bosque que va a parar al Yalung. Nada de lo que allí caiga se libra de ser triturado y devorado. A continuación, tras el crujido de piedras y madera vuelve el manto de silencio. Y el bosque se rehace despacio. Extendiendo sus raíces, cubriendo con hojas las heridas abiertas.
Saliendo del bosque (link otras fotos del bosque)