Comenzaron a salir hormigas por las comisuras de la casa; aquellas que el frío mantenía selladas.
Aparecieron también, como por generación espontánea, moscas del vinagre. Que no se apiadaban de los racimos de plátanos. De las naranjas. Hasta entonces con un aire de bodegón vetusto.
Es la tibieza. Es el reclamo de la tibieza.
Tampoco se contienen los capullos verdes, acorazados, que tras una racha de dos o tres noches templadas se atreven a reventar en colores del todo inesperados.
Es un estado febril. Es un estado que va decididamente al máximo. Con todas sus consecuencias.
Se ablandaban las ramas de los árboles; empezaban a parir flores. Un olor seminal impregna el ambiente.
Las hormigas, con paso decidido, bordean el sillón en el que escribe. Le miran incrédulas. Se apropian de las migas y diversas partículas que yacían inertes, sin incordiar. Se abalanzan sobre espigas que arrastran hasta sus despensas. Sal y vive, le murmuran.
La primavera: el lado opuesto de la reflexión. El instinto.
La primavera es ir a devorar tallos suculentos. Dicen los saltamontes. Es apropiarse de las sustancias que desprende la plenitud. Dicen los libadores oportunistas. Emborrachados de placer antes de libar nada.
Todo lo que parecía inerte cobra un brillo especial. Se redimensiona. Se vuelve apetecible.
Gamones que atraviesan los suelos helados de la sierra. Florescencias desbocadas. Mujeres al borde de la explosión.
Nieve primavera. Nieve champán. Derroche. Gritar y vivir sin la más mínima sospecha de melancolía. Ni de declive.
Verse poseído por el fervor de la vida brotando sin piedad por todos los rincones: el subsuelo de la casa, las cunetas de la carretera, la chica de al lado. Que lleva ahí todo el invierno y ni te has enterado. Le recriminan las hormigas.
Torrenteras inapelables llevan el agua del deshielo a las fértiles vegas.
Los cogollos de flores moradas del romero atónitos ante la legión de amantes que se le viene encima.
La primavera es una exageración. Es irracional. Es ahora o nunca.
Caen tormentas. Quiere volver el frío. Alguna helada repentina.
Y no se sabe si eso apacigua o solivianta aún más.
Porque lo que antes era inconcebible ahora es incontestable.
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