Queda atravesar Castilla y sus castillos hasta topar con las montañas astures. El Sistema Central es solo un pálido reflejo de las tierras húmedas que nos aguardan tras la cordillera cantábrica.
Es cierto que el puerto del Pico, con sus campas verdes, y la mampostería de granito de las posadas y casonas que acompañan al viajero hasta el siguiente puerto, el de Menga, permiten rescatar sabores invernales. Pero también es cierto que Van Gogh sería feliz entre los campos amarillos que se despliegan por la meseta castellana. Campos de cereal recién segados. Paja cubicada. Un sol que agosta en julio. Aguiluchos y milanos al acecho de pequeñas presas a las que las cosechadoras les robaron el escondite en un santiamén.
Después de la autovía del noroeste viene la Vía de la Plata y de nuevo nos vemos siguiendo los pasos a los romanos. Por fin, detrás de unos farallones imponentes, repuntan nubes blancas que en cuanto osan entrar en la llanura se evaporan. Estos días el sol no tiene clemencia de nada.
Todo cambia cuando se sale del túnel que te mete de lleno en el verde, en el hogar de las nubes. Recorremos el Valle del Caudal, las cuencas mineras, camino del otro borde peninsular. Y por Oviedo lo que parecía imposible se produce: llueve. O, para ser más correctos, orvalla.
Los limpiaparabrisas se ven sorprendidos. Con trabajo tratan de evacuar el agua que cae. No lo consiguen. En Almería la goma se echa a perder en pocas semanas; más que limpiar lo que hacen es esturrear.
Seguimos el Nalón hasta llegar a Muros. Allí nos miran con cara de sorpresa. Salen un par de marcianos con camisetas de tirantes y chanclas. Han llegado en su burbuja desde lugares donde los termómetros superan con creces los cuarenta grados. Aquí en Muros no llegan ni a la mitad.
El verde sustituye al amarillo. Van Gogh se pone mustio. Hay que echarse una rebequilla por encima. La carretera serpentea entre eucaliptos y helechos hasta desembocar en el Cantábrico. Gaviotas, anchoas, ensenadas protegidas de los temporales. Esto debe de ser el norte.
Playas de arena compactada que ensanchan a medida que baja la marea. Descubriendo peñas, sorprendiendo a cangrejos y pececillos que quedan atrapados en pozas hasta que vuelva el mar.
Cudillero son casas arracimadas de colores que miran una de esas ensenadas. El turismo ha revitalizado su economía y se ha llevado por delante su esencia. Son las señas de identidad del turismo de masas, que busca lugares pintorescos y los exprime en busca de precios cada vez más ajustados. Restaurantes pegados uno a otro. Tiendas de recuerdos absurdos. Redes de mentira. Barcos pesqueros que han desaparecido de la vista. Lugares que se ponen de moda y salen en las guías. Echo de menos esos lugares a los que no va ni dios. Y soy consciente de la contradicción: hacer gala de que te gusta algo, divulgarlo, es ser partícipe de su futura banalización.