Seguir escribiendo

Tras la publicación de mi tercer libro alguna gente me pregunta (se pregunta) que si esto de escribir va en serio o es un hobby y lo hago en ratillos libres.

Después de haber quemado las naves en el afán de hacerme novelista, de renunciar a una vida algo más previsible y segura, de encajar rechazos, negativas, críticas y miradas francamente dubitativas, después de que la inquietud me asalte en lo profundo de las madrugadas, creo que sí, que voy en serio.

Una seriedad que conviene matizar, puesto que la escritura, para mí, es una fuente de goce y divertimento. Incluso, si me apuran, se podría decir que escribir es lo que he venido a hacer en este mundo. Difícilmente podré aportar otra cosa.

En este contexto, otra pregunta que se plantea es la organización de la vida de escritor. Lo de no tener jefe, obligaciones, esto de dedicarse al arte, suena un poco a coña. Al escritor lo suelen situar en medio de la noche, un poquito pasado de rosca, llevando una vida bohemia y casi envidiable. Al escritor se lo imagina uno buscando inspiración en ambientes exóticos, esperando a la musa mientras se sumerge en destilados de alta graduación. Al escritor, a veces, se le confunde con un cuentista, con un tipo embaucador que vive del cuento.

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En el beneficio de la duda, alguien te pregunta, «A ver, tú en un día normal ¿qué haces?».

Y contestas: «No hay días normales, eso es precisamente lo interesante». Y entonces esa persona que te quería dar una oportunidad, para que le convenzas de que te puedes integrar en la sociedad, se desmorona. Tratas de arreglar un poco la situación; poco se puede hacer. Das una explicación que ya no escucha, poco convincente.

Hay algo así como una rutina, un método. Pero no existe una ristra de días iguales y previsibles. Eso mata la creatividad, la aniquila, aseguras.

Esta libertad de movimiento es bastante deseable pero hay que advertir lo siguiente: ir por libre refuerza la sensación de inseguridad y marginalidad; muchas veces abandonar los círculos que conocemos provoca cierto pánico.

¿Qué hago yo? Me levanto temprano, sin despertador. Eso es un buen síntoma, porque quiere decir que tienes ganas de hacer cosas. Otro buen indicio es que no estás deseando que llegue el fin de semana; vives en un fin de semana eterno. A eso de las ocho y media o nueve llego a la cafetería del hospital. Aunque no lo parezca allí me concentro. Mucho más que en una biblioteca en la que todos se afanan por no hacer ruido.

Me siento en mi mesa con un café. Nadie me toma por un escritor, obviamente. Cuando vas tres semanas seguidas la gente piensa que estudias oposiciones. Cuando llevas cinco meses algunos siguen creyendo que eres opositor. Otros, no me digan porqué, deducen que eres el jefe de cocina. Al año de estar escribiendo en la misma mesa (al final la rutina llega) todo el mundo piensa que estás chalado. Lo que no está aún claro es si eres un asesino en serie o un loco inofensivo.

Al segundo año les queda claro que no encierras peligro. Cuchichean sobre el aspirante a novelista, con una distancia preventiva, la misma que la madre le impone al hijo: «no hace nada, pero no lo toques». Han comprobado que puedes hablar e interaccionar mínimamente con la gente que circula por ahí. Ya no les preocupas.

La cafetería es un buen lugar para escribir porque ayuda a romper los bloqueos. Cuando me atasco el manuscrito miro el trasiego de gente y parece que me vuelvo a inspirar. Y digo bien, manuscrito. Es necesario, en esta fase creativa, escribir a mano. Evito el ordenador puesto que me dispersa con sus múltiples opciones.

Cualquier miedo que hubiese empezado a prosperar en la madrugada, cualquier duda, se va al carajo. Es ahí donde vuelvo a constatar que voy por la senda adecuada. Ese es mi camino. «¿Cómo lo sabes?» Porque estoy a gusto, porque fluye.

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A media mañana me traslado a mis dependencias en el Chumbo, es decir, el centro de investigación en el que estaba contratado. Allí todavía me dejan entrar. Me dedico a escribir parte de las colaboraciones de la Estación Experimental de Zonas Áridas (nombre oficial para el blog del CSIC.

En el Chumbo continúo escribiendo. Idealmente transcribo a formato digital lo que se hizo con el boli. Para seguir progresando es necesario retocar y corregir una y otra vez el texto original y para ello necesito una tecnología algo más sofisticada que la tinta china.

Voy repartiendo mi tiempo y atención entre novelas, entradas de blogs (el mencionado de la EEZA, el mío propio o el de Harmusch), y relatos. Esta fase, generalmente menos creativa que la primera, desemboca en la hora de la comida.

Las tardes generalmente se reservan para tareas menos suculentas. Como autor que se autoedita y autopromociona y autogestiona, es necesario dedicar horas a las redes sociales, a escoger y editar fotos que ilustran algunos textos o presentaciones y a promocionar mis libros en todo foro que se preste. La tarde, ya más cansado, parece más propicia para estas faenas más automáticas. Lo cual no es óbice para que en cualquier momento retome el texto de la mañana. Por más que trate de dar una visión ordenada y metódica del asunto, e de insistir en la absoluta transversalidad de todas las tareas que he ido citando.

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Aquí me tienen ahora escribiendo este post, después de releer el capítulo once de La Teoría del Limbo, mi cuarto libro. Ya voy teniendo bastante claro el quinto, que será una nueva recopilación de relatos, del estilo de Días de nada y rosas, mi debut como escritor. El sexto me llevará al desierto y entretanto seguiré con algunas colaboraciones que se enmarcan dentro del campo de la divulgación científica.

Sí, se puede decir que lo de escribir va en serio. Esto es imparable. Lo que no sé es si la senda lleva a un despeñadero o a una cima. A estas alturas eso es lo de menos.

5 comentarios sobre “Seguir escribiendo”

  1. Interesante y de verdad me sorprendió la autodescripcion de este escritor, me pareció s o no era y sin adornos de ningún tipo .
    Me decidió a comprar el libro de la bahía.
    Cuidense en estos mundos de Dios

  2. Del «recomendador» de Altitud en vena al fantástico Américo, librero del Ciencias Naturales; un saludo.
    Porque la botella no se detiene y continúa viajando.
    Y a escasos minutos de comenzar Aquí Bahía.

  3. Ufff, eso sí que es currar. Me juego un brazo ahora mismo a que, todos los que intentan convencerte de las bondades de una vida tranquila en la «normalidad», tienen mucha menos implicación en sus trabajos que tú, que te dejas la piel y el alma en el tuyo.

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