Andrés es un excelente recomendador de libros. Cuando a uno le gusta leer, este tipo de informadores, los que leen mucho y tienen un gusto parecido, le pueden salvar a uno más de un verano, incluso de una depresión [1]. Aparte de Inés y de Silvius, que siempre me nutrieron de buenas lecturas, Mr. Andrew ─que incluso montó un Club de Lectura─ me ha abierto los ojos en más de una ocasión. Recuerdo cosas memorables como Insensatez, de un hasta entonces desconocido, para mí, escritor salvadoreño, Horacio Castellanos-Moya, o Argos el ciego, una exquisita evocación del amor. Hubo un libro que me resistía a leer. «¿No leíste Beatus Ille? ─me dijo con cara de sorpresa─. No, no puede ser. Tenés que leerlo. Hacéme caso». Y era tal su insistencia, su manera de presentarlo, que al final cedí.
Entonces descubrí a Muñoz Molina, al que levemente había conocido con El dueño del secreto. Tiene guasa, un argentino me descubrió el genuino sureste ibérico, con sus extensos olivares y relieves calcáreos. Beatus Ille es una narración soberbia, impecable. Hay muchos factores para que un libro te atrape. El mismo libro que se te atascó en las primeras páginas y lo dejaste por imposible, quince años después te parece una joya. Los libros tienen su momento. Las emociones que contienen pueden conectar con el lector dependiendo de su bagaje vivencial. Yo encontré en Beatus Ille las palabras precisas y en el orden perfecto para comprender y aprehender lo que supuso la secuela de la Guerra Civil, la dura posguerra, cosa que también he logrado con las novelas de Chirbes (Los disparos del cazador o La larga marcha, por ejemplo). A ello contribuyó la atmósfera que envuelve la trama, el paisaje, los usos y costumbres del territorio, que no me eran ajenos y me permitían encajar las piezas que Beatus Ille iba poniendo a mi disposición.
De eso trata el arte, de conmover, de extraer la esencia de las cosas, de los hechos, de las vivencias, y transmitirla mediante códigos compartidos, pistas, que permitan conectar al narrador/pintor/escultor con el observador/lector. Es la búsqueda del todo a partir de lo ínfimo, de lo particular. Es un intento para ir desde lo subjetivo hasta algo global y colectivo.
Que te descubran un libro significa en algunos casos que te revelen al autor y su obra. Procuraba escuchar a Muñoz Molina en programas o espacios dedicados al novelista o cuando sacaba nuevo libro. Siempre me gustó su discurso tentativo, en un tono pausado, que brotaba tras las preguntas; excusas para charlar sobre temas variados. Me embauca su voz, que sale como afelpada, tamizada por la mullida barba. Construyendo un texto que va quedando sin aristas a medida que el autor se explica. Un tipo sumamente educado, respetuoso, que invita a la conciliación.
Me gusta escucharle hablar. Y me parece que ese discurso a medio hacer, improvisado, que él mismo va rectificando, ampliando, puliendo, en el que abre incisos para dar cabida a historias que ilustran su punto de vista, es el mismo procedimiento que tiene para escribir. Pariendo una novela a base de tachones, aclaraciones. Reescribiendo párrafos, moviéndolos de un lado para otro hasta dar con el tono y el tempo que corresponde a la historia que quiere contar. Con mucho más tiempo por delante que en una entrevista; con la tranquilidad de un despacho y el campo abierto de un folio en blanco que espera ideas y emociones.
La obra de Muñoz Molina no se restringe a la narrativa. Empezaba por hablar de Beatus Ille pero no puedo obviar otro gran libro, Todo lo que era sólido (escuchar entrevista en Radio Nacional), que disecciona lo endeble de nuestra sociedad de consumo tras haber perdido sus valores y, en definitiva, el norte. Pese a contar con antecedentes en el campo del ensayo, este me parece una pieza fundamental para comprender lo que nos ha pasado en los últimos años y debería servir como recordatorio para no volver a poner en marcha el mismo motor económico que nos llevó a la ruina, tanto material como ética.
Y hablando de recomendadores de libros, el propio Muñoz Molina utiliza su página semanal en Babelia (Ida y vuelta), para traernos novedades y rescatar joyas que pasaron desapercibidas. Aunque yo voy en busca de literatura, leo con interés las reseñas sobre exposiciones de distinto tipo. La manera que tiene de hablar de un cuadro o cómo nos traslada a una galería de arte, hacen que me interese por campos que me son ajenos y de repente me asalten unas ganas atroces de culturizarme y de ir rellenando la multitud de lagunas de las que solo en parte era consciente.
Sí, me gusta Muñoz Molina. Por como escribe, por como habla, por los temas que se interesa. Porque a pesar de ser un grande no muestra una actitud soberbia, sino que más bien procede con cierta timidez, que en realidad es respeto y humildad.
[1] Escribí un par de entradas en este blog sobre las ‘Maneras de leer’ (I y II); esta de los informadores es una tercera estrategia.