En un mapamundi del despacho que, inopinadamente, se ha convertido en comedor comunitario, se puede ver el destino que han seguido muchos de los jóvenes (y no tan jóvenes) investigadores que, por diversas razones, dejaron atrás España en busca de un trabajo como investigador científico.
En algunos casos las estancias responden al proceso formativo típico de un investigador, que consta de períodos en el extranjero. Sin embargo, muchos de ellos se explican por la falta de oportunidades en nuestro país.
La crisis o, más bien que el dinero se invierta en otros asuntos o desaparece en variadas corruptelas, explican el gran éxodo y la gran paradoja que es el hecho de alimentar con la cantera de científicos formados a base de recursos públicos, las instituciones de otros países. Alemania, Estados Unidos, Inglaterra, y un largo etcétera se van nutriendo del quiero y no puedo, de una política de investigación que va a empellones y carece de lo principal: tenacidad y continuidad.
Aunque no siempre se encuentra un trabajo relacionado con la investigación, muchos de los emigrados se asientan y forman sus familias y sus vidas en lugares tan lejanos como Australia o Chile, al albor de una seguridad laboral que aquí ya no existe.
Cada vez que subo al comedor veo una chincheta más en el mapa. Otra foto, otra vida que alimenta la diáspora. Es cierto que también llega gente de otros países en esos periplos formativos, cumpliendo con las obligadas y necesarias estancias en otros centros de investigación y que, tras ello, también tratan de reubicarse en sus países de origen.
La situación actual ha derivado en hacer de los investigadores nómadas que difícilmente pueden asentarse. Parece casi una quimera oponerse a ese trajín continuo de idas y venidas. Todas las sillas están ocupadas, vaya usted a ver si en Sebastopol queda algo y así se forma un poco más.
El exceso de formación produce manoseo, hartazgo y, paradójicamente, deformación. Es necesario poner en funcionamiento lo que se aprende, comprobar que se llega a algo.
Lo que verdaderamente siento es no haber pasado más tiempo con la gente que partió. Haber exprimido más su estancia por estos lares, haber puesto más interés en lo que hacían. Me gustaría que volviesen, que tomemos ese café pendiente. Sin embargo mucho me temo que en breve seré una chincheta más. Otro desperdicio del sistema.
Nos dijeron que éramos las generaciones mejor formadas. Estudios universitarios, idiomas, másteres de especialización. Ahora, en el barro de la vida, antes esta falta de solidez inesperada, es donde hay que demostrarlo. Sobreviviremos, pero no sin cicatrices.
Me gustaría ver u oir hablar alguna vez a algún político que pensara con más de dos años vista. Tengamos en cuenta que un artículo científico suele tardar más de dos años desde que se piensa hasta que se publica. Me parece que la sociedad y quienes la gobiernan tienen timings distintos.