Hace unos años -prefiero no ahondar en el tiempo que ha transcurrido- empecé a escribir un texto que poco a poco fue ganando envergadura. Rebasado cierto número de páginas, creí vislumbrar la posibilidad de llegar más allá de un relato. ¿Podría por fin desembarcar en el territorio por excelencia del escritor: la novela?
Parecía como si todo lo anterior no fuesen más que vanos intentos circunscritos a géneros menores: cuentos, literatura de viajes o divulgación científica. Es decir, que solo había sido capaz de generar algunas piezas que, en su mejor crítica, merodeaban alrededor de la verdadera literatura. (Nota a pie de página, ¿qué es la verdadera literatura?).
Me costaba inventar, dar con la ficción pura. Partía de pequeños relatos cotidianos y que muy tímidamente transgredían los límites de lo real. Contaba con unas vivencias singulares y el simple hecho de ordenarlas y narrarlas con cierta gracia, en un orden cronológico determinado, me había servido para cerrar un par de libros.
En Aquí Bahía quise convencerme de que había elementos que iban más allá de la biografía y añadí una anotación al título: “una novela en el trópico”. Sin embargo, no alcanzó los resultados esperados. Había desdibujado y jugado con personajes y situaciones, pero el fuerte substrato realista, entre pirañas, anacondas, selvas inmensas y el exotismo desmesurado de un lugar tan remoto como era Bahía Negra, hizo que esas invenciones pasaran desapercibidas.
Los inicios de ese manuscrito de hace unos seis años no eran muy prometedores, seguían en el registro de la autoficción; pero con poca ficción. Una vez más me ceñía a mi situación personal y la escritura funcionaba como una especie de terapia liberadora (algo también muy manido) que pretendía poner en orden algunos pensamientos y así buscar alguna luz en la confusión que era mi vida.
En el papel iba dejando un rastro demasiado preciso y reconocible. Seguía en lo literal. Sin dar con la literatura.
Esa era, al menos, mi primera impresión tras finalizar el primer borrador, un texto siempre de límites imprecisos. Tardé poco. En aquella época el tiempo me sobraba a raudales y cada mañana me acercaba a la cafetería de un hospital a escribir. El personal, al ver que iba uno y otro día, sin signos aparentes de enfermedad, me escrutaba con cierta curiosidad. Pasado un tiempo empecé a formar parte del mobiliario.
Con la perspectiva que da el paso de los años, aquella situación puede leerse con cierta ironía: En realidad todo se estaba desmoronando a mí alrededor. Andaba a la deriva sentimental y laboral (ese era, precisamente, el argumento del texto). Así que un hospital no era un mal sitio para refugiarse.
La crisis existencial no era una novedad en la literatura. Pero, ¿qué lo es? Repetimos los mismos temas desde los griegos. La gracia está en darle un toque personal en un contexto distinto y tratar de ser un poco original.
Sin desmerecer la autoficción, pretendía algo distinto. Así que la segunda versión empezó a difuminar aquellos trazos tan precisos y agrupé las páginas bajo el título ‘La Teoría del Limbo’. Al menos desaparecieron incongruencias y eliminé repeticiones, dando una consistencia que, en el primer manuscrito, hecho a golpe de arrebato, no se encontraba por ningún lado.
Pero seguía siendo un texto muy realista. El mismo título me delataba. Ratificaba mi dedicación profesional, la ciencia, donde uno de los principales objetivos consiste en generar explicaciones plausibles a los hechos observados, esto es, teorías que les den sentido. Hasta que aparezca un nuevo hecho, una observación, que las descabalgue, y alguien proponga nuevo marco teórico.
En realidad la verdadera literatura parte en muchos casos de hechos vivenciales. El argumento de La noche que llegué al café Gijón, de Umbral, es el que anuncia el título. Sin embargo, gran parte del público que lee novelas espera que el autor cree un nuevo universo, una realidad paralela. Detectives, asesinatos, mundos de fantasía. El señor de los anillos puede ser un ejemplo. A poca gente le puede interesar que le cuentes tu vida, aunque según cómo se cuente puede resultar interesante e, incluso, marcar una época. Caufield, el personaje central de El guardián entre el centeno responde a unos cuantos datos autobiográficos de Salinger. Y Cien años de soledad se sostiene en la infancia de García Márquez.
La tercera y cuarta versión de La Teoría del Limbo se siguieron deformando en pos de un artefacto menos personal. Fui puliendo personajes, reordenando capítulos y tratando costosamente de inventar mundos. Poco a poco lo fui consiguiendo. Partía de alguna situación que había vivido y la rehacía con otras vivencias. Me inspiraba en la vida de amigos y conocidos, desarrollaba hilos argumentales que me acababan llevando a lugares inesperados. Quizás eso empezase a ser más novela que autobiografía.
En la última versión, la que está arrumbada, una corrección a medias, cambié el título, y dejé el anterior para dar nombre a una de las cuatro partes en las que se divide el libro.
Entonces la vida me atropelló. Apenas tengo tiempo para escribir algún post. Las exigencias de la crianza y el trabajo han hecho de esos largos ratos para escribir y pensar verdaderas quimeras que, a día de hoy, parecen inalcanzables.
Para cerrar un libro como este, para hacer algo bueno, se requiere dedicación absoluta durante unos meses (años). Es importante, en esa fase de definición final, tener todo el libro en la cabeza, además de tenerlo en papel para mover párrafos de un lado a otro, tachar, reescribir, anotar, etc. Es clave contar con algún lector crítico que te haga ver fallos evidentes y que tu orgullo pueda soportarlo. Solo así se puede mejorar.
El proyecto literario del Limbo deberá aguardar para ver la luz. Temo abrir la carpeta en la que se quedó a medias la última revisión. Puede que todo vaya a la basura. Han cambiado tantas cosas desde entonces, incluyendo prioridades, principios éticos y estéticos, que a lo mejor empiezo a leerlo y decido volver a empezar.
Veremos, la vida a día de hoy me parece una sucesión de problemas a resolver. Eso se lo leí hace poco a alguien, un señor mayor, creo que filósofo o escritor (a veces se parecen). Y me quedan por resolver unos cuantos antes de retomar la literatura.
Terminalo ya! que estamos deseando leerlo!
mucho ánimo novelista!! (que ya lo eres, y siempre lo serás, tris tras)