Archivo de la categoría: Relatos

Relatos variados, introspectivos, historias basadas en hechos que ya no sé si son reales

Lanzamiento de un libro: Días de nada y rosas

Escribir me resulta entretenido y enriquecedor. Durante años los relatos que iba pergeñando se los enviaba a los amigos. Cuando tenían un rato lo leían y me comentaban. Algunos señalaban inconsistencias. Otros sugerían temas. Finalmente había gente a la que, simplemente, le parecía muy bien todo aquello.

Hace tiempo me decidí a reunir parte de esas historias en ‘un libro de verdad’. Tenía la idea de que, en último caso, me gustaría echar un vistazo a lo que escribí hace años, quizás recordando aquella época en la que me dio por jugar a ser escritor. Y para ello sería útil tener el material compilado. Y poder sacar el volumen de la estantería de la biblioteca para hojearlo. >>seguir leyendo

Mercados de abastos (y aquel viaje a Nepal)

Llegamos a Nepal en medio de una tormenta. El avión se movía de un lado para otro. De repente bajaba vertiginosamente. Se estabilizaba. Y volvía a caer unos cientos de metros. Después de tantas horas de viaje lo tomábamos como un divertimento, más que como el preludio de una tragedia.

Cuando aterrizamos y llegamos a una sala en penumbra en la que se despachaban los pasaportes, nos encontramos con otra tormenta. Esta era más complicada. De más alcance. Era la tormenta política que llevaba tiempo asolando al país y que, por fin, estalló. Y nos explotó en las narices. Se decía que la guerrilla maoísta por fin había salido de su covacha y tenía al país al borde de la guerra civil. Esa versión tenía parte de verdad pero la revuelta sobrepasaba a los partidarios de los maoístas. Era un levantamiento popular que reclamaba profundas reformas para derrocar al corrupto régimen monárquico e intentar seguir una senda más o menos democrática, con elecciones y partidos políticos. Cosas de esas que suenan a un sistema algo más equitativo que el feudal que en esos momentos dirigía al país. >>seguir leyendo

Em Bragança

Cruzamos el Guadiana en Badajoz. Y después abandonados la autopista que va hasta Lisboa. Por fin, tras seis o siete horas de conducción monótona, nos adentramos en el mundo rural portugués. Que es distinto del mundo rural español. Podríamos pensar que los portugueses son más cuidadosos con su entorno. Amantes de la tranquilidad. Que son menos horteras. Pero yo creo más en otras razones. No hay diferencias tan grandes en países limítrofes con una cultura parecida y un contexto socioeconómico parejo. No es que el sentido común haya resistido la presión del enriquecimiento a toda costa. >>seguir leyendo

Corrigiendo la novela

Me gusta escribir en la cafetería del hospital. Es otro de los lugares que he encontrado para estar a mi aire. Es un espacio generalmente vacío, un poco de plástico todo. Mobiliario barato de un hospital con pretensiones (es de alta resolución según pone en el cartel de la entrada) y pocos fondos. Pero es tranquilo, funcional, discreto. Me gusta.

He llegado aquí después de agotar otros escenarios. Otras cafeterías que ya dieron de sí. Como la de la Universidad, que estaba bien hasta que en octubre llego la manada de estudiantes. No van mucho a clase. Se dedican a flirtear, a dejarse ver, a anunciar a viva voz sus gustos. Es una reafirmación de la personalidad muy propia de la adolescencia. Es curioso verlos disfrazados con gorritos y gafas de sol, reunidos en la misma mesa y cada uno prestando atención a su móvil de última generación. Escribiendo mensajes para quedar con otros y volver a no prestarle atención. Es algo raro. Pero que voy a decir yo de rarezas. >>seguir leyendo

Verano

El paseo marítimo lleno de gente. Tenderetes que ofrecen baratijas, chucherías.

Todo más sucio. Papeles. Manchas de grasa. Olor a fritanga.

Salir a tirar la basura sin camiseta. En plan hortera.

Ruido hasta las tantas. Que se cuela por las ventanas abiertas. Como se cuela el sonido de los grillos.

Noches en vela. Enredado en el empapado amasijo de sábanas.

Me tumbo sobre las baldosas frescas para encontrar un rato de sueño.

La universidad vacía. Sobrevive el Romera. Especialidad en paella con caracoles. Clientela escasa que sale de edificios enormes, con aspecto de hangar abandonado. Un personal mínimo que les mantiene las constantes vitales. >>seguir leyendo

Almería, tierra de probaturas

Los aviones de los americanos hacían pruebas con aviones de guerra en los cielos de Almería. Pues no habrá otro sitio. Ensayaban el repostaje en vuelo. Hasta que algo falló y cayeron dos aviones. Y con él cuatro bombas termonucleares en Palomares. No es el primer experimento en tierras almerienses. En 1957 el Instituto Nacional de Colonización pone en práctica una técnica de cultivo que promete ser revolucionaria, el enarenado. Básicamente se trata de aprovechar la gran cantidad de luz disponible en las zonas más meridionales de España y su buena temperatura a lo largo del año para cultivar de manera casi artificial, obviando la mala calidad de los suelos y la crónica falta de agua. Los invernaderos son un invento almeriense[1], que se ha mostrado tan rentable como depredador de recursos hídricos. No queda ahí la cosa. La Estación Experimental de Zonas Áridas del CSIC se originó como un instituto dedicado a investigar las propiedades y aplicaciones del higo chumbo (aunque lo parezca no es una tira de Mortadelo y Filemón, ni está implicado el profesor Bacterio). De ahí que sus actuales moradores se refieran a la EEZA (nombre impronunciable y demasiado aséptico, parece un medicamento) como ‘El Chumbo’. >>seguir leyendo

Maneras de leer (I). La pila de libros

Voy haciéndome con libros que parecen interesantes. Unos prestados, otros comprados. Los libros van formando pilas que me afano en devorar. Pero me indigesto. La tasa de lectura no alcanza a la de la curiosidad. Así que las pilas van creciendo y reproduciéndose. Devienen en ingobernables.

Cojo un libro de la pila. Lo curioseo en un rato libre. Si no me engancha lo vuelvo a dejar. Trato de recordar el motivo de que ese libro llegase hasta mis manos. Cuál era el interés.

Como soy muy fácilmente convencible en cuanto alguien me habla bien de un libro me interesa. Lo mismo pasa si leo una crítica medio ineteresante. >>seguir leyendo

Memorias de un oficinista. El móvil

Me dan un teléfono móvil. Nuevo. De última generación. Es como una gran gota de mercurio. Frío. Extremadamente denso. Un peso concentrado en un escueto pedazo de materia que busca con ahínco el fondo del bolsillo de la americana.

Ahí estará concentrada tu vida, me dicen.

Ante el tacto espeluznante me recomiendan una funda. Para evitar la sensación de estar tocando algo inerte. Desangelado. Temperatura de depósito de cadáveres. De reptil hibernante.

Hay fundas que además protegen de los golpes. >>seguir leyendo

Squash. Squeeze

Salgo con la bolsa deportiva cargada con dos raquetas de precisión. Es una tarde soleada, pero el viento la convierte en desapacible. Por eso no tengo remordimientos de tener que coger el coche y tener que cruzar toda la ciudad. Porque no es día para estar junto al mar; los arenales agresivos. Aunque voy a jugar al squash llevo una ropa medio decente. Pantalones, una americana. Una camisa.

Soy consciente de que las botas de treking terminan por no encajar en el cuadro. Dicen los psicólogos que lo importante es ser consciente. Pues ala, yo ya he cumplido. >>seguir leyendo

Un café de mierda (Memorias de un oficinista)

Procuro desayunar todos los días. Me costó coger el hábito. Pero es mejor así. Al principio me parecía imposible tragarme los cereales de avena con pasas. El muesli. O el moyuelo como le dice Javi. Yo lo llamo pienso para caballos. Solo de pensarlo se me secaba más la boca. Se me atascaban las partículas en la garganta. Con yogur por encima no está mal. Regula el tránsito, como dicen en la tele. En un esfuerzo sosegado por armonizarme con la verdadera naturaleza de mis intestinos acompaño el pienso con una taza de té verde. >>seguir leyendo