Anatomía de la desertificación

Conviene especificar, en primer lugar, el ámbito en el que sucede la desertificación. Se trata de regiones áridas, semiáridas y sub-húmedas secas, es decir, aquellas en las que el índice de aridez de la FAO está entre 0.05 y 0.65. Aclaremos que: (i) Este índice da una idea del balance hídrico de la zona; (ii) Hay muchos índices de aridez, además del de la FAO; el aquí utilizado es el cociente entre lo que llueve y lo que potencialmente se podría evaporar; (iii) Las zonas hiperáridas, cuyo índice es menor de 0.05, no se incluyen. Se trata de desiertos climáticos en los que ya no puede haber desertificación; y (iv) Un valor de, por ejemplo, 0.05 significa que la precipitación supone el 5% de lo que potencialmente se podría evaporar. Dicho de otro modo, si lloviese 20 veces más, de manera uniforme, todo se evaporaría. >>seguir leyendo

Dos viejos amigos

Mete la salsa de menta en el microondas. Ya no sabe igual. Un verde apagado. El microondas que no calienta bien. Se quema los dedos para sacar el cuenco y luego está medio frío. Calienta también unos pedazos de cordero y se echa vino del que ha sobrado.

No es lo mismo, no.

Sería injusto achacar a las circunstancias ─aprovechar los restos de comida del fin de semana para parchear el almuerzo del lunes─ que no esté tan rico. La diferencia es que falta compañía.

La tarde noche del sábado la cocina vibraba con una actividad febril. Pelando patatas. Cortando cebolla. Picando hojas de menta fresca. Descorchando botellas de vino. Primero uno blanco, fresco, de aperitivo. Luego un Ribera del Duero, que estuvo respirando un tiempo. >>seguir leyendo

Primavera

Comenzaron a salir hormigas por las comisuras de la casa; aquellas que el frío mantenía selladas.

Aparecieron también, como por generación espontánea, moscas del vinagre. Que no se apiadaban de los racimos de plátanos. De las naranjas. Hasta entonces con un aire de bodegón vetusto.

Es la tibieza. Es el reclamo de la tibieza.

Tampoco se contienen los capullos verdes, acorazados, que tras una racha de dos o tres noches templadas se atreven a reventar en colores del todo inesperados.

Es un estado febril. Es un estado que va decididamente al máximo. Con todas sus consecuencias. >>seguir leyendo

‘A sangre y fuego’ de MANUEL CHAVES NOGALES

Si algo muestra este libro es que la guerra es un despropósito, y una guerra civil –que es un enfrentamiento fratricida- es el despropósito de los despropósitos. Tanto que, como reflejan muy bien las historias de este libro, la guerra se convierte en una caricatura, y no te ríes a mandíbula batiente por respeto a los cientos de miles de muertos (una sensación parecida al ver La vida es bella, de Roberto Benigni).

Una de tantas injusticias resultantes de la Guerra Civil Española (¿en mayúsculas?) fue el destierro del periodista sevillano Chaves Nogales que murió en Londres en 1941. Por supuesto fue tachado de rojo revolucionario, una afirmación que nada tiene que ver con lo que él mismo escribió en el prólogo de este libro: >>seguir leyendo

Altitud en vena

En el verano de 2010 cumplí un sueño: fui al Himalaya. Y no a cualquier cosa. Nuestra expedición tenía por objetivo hollar un seismil y buscar leopardos de las nieves, así como linces boreales.

Éramos cuatro amigos bien avenidos. Mis colegas, expertos zoólogos, tienen por afición buscar especies prácticamente extinguidas. Eso requiere ir a lugares más bien remotos. Ladakh, entre las cordilleras del Himalaya y el Karakorum cumple con ese requisito. Y con otro muy importante: está a salvo de los monzones, lo que posibilita ir en verano. >>seguir leyendo

A dentelladas

El resentimiento es mutuo. Y hace que se retroalimente. La situación se ha hecho insoportable. Ha descuidado sus relaciones. El coste de mantenimiento era muy alto. Toda su vida ha sido un buen invitado. Por el contrario ha sido un pésimo anfitrión.
Un día claudicó y dejó de hacer visitas. Las amistades revelaron ser edificios de hormigón armado con las vigas deshechas. Eran como bloques de la era soviética que parecían a prueba de bombas. Eran algo del pasado. A lo que se venía dando una mano de pintura superficial de año en año. Pero los daños estructurales estaban muy avanzados. Las cosas tienen su caducidad. >>seguir leyendo

Entre libros y borrascas

Quiso regalarle un libro. A la chica desconocida que, como él, daba vueltas entre los puestos de viejo. Una hilera de casetas a la espalda del parque más grande de la ciudad. La empalizada de árboles, paralela a la fila de barracas, proyectaba su sombra en las épocas calurosas. Y surtía de hojas secas cuando llegaba el frío. Revolotean crujientes entre la gente que buscaba libros; un poco por distraerse.

Se habían cruzado varias veces. De manera casual al principio: alrededor de la misma mesa de novelas. O en ese ir y venir al que lleva la disposición lineal de los puestos. Después los encuentros son más forzados. Se hace el distraído leyendo la contraportada de un ensayo sobre la expansión de los imperios. Mientras, estudia sus movimientos. Sus preferencias. >>seguir leyendo

En la ciudad

Por mucho que se esfuerce no consigue sacarse de encima el aire de palurdo que ha adquirido en los últimos tiempos. Es lo que dicen sus amigos. Un poco por joderle. Y otro poco por espabilarle. Lo peor no es que haya dejado de actualizar su vestuario. Sino que renuncie a sus señas de identidad cuando va a la ciudad. Es un tipo de campo y de repente quiere competir con los pura sangre adaptados al asfalto. Los que saben llevar un traje y caminan como flotando por el entramado urbano. Transitando con soltura de un despacho de abogados a un restaurante. Manteniendo la compostura y la raya del pantalón en su sitio. >>seguir leyendo

La Teoría del Limbo

La besó como si ella tuviese todo el oxígeno del planeta. Al principio no lo rechazó y se dejó hacer. Sorprendida, atenta. Pero de repente le entró un no sé qué. Le saltaron las alarmas. No eran remordimientos. Ni que él no le gustase. Pero aquella desesperación la incomodó y la puso en guardia.

Bastó que ella le empujase levemente para que se separase. Con aquiescencia.

Su expresión era de arrepentimiento. De incomprensión. Como la de un perro al que le han dado permiso para comerse las sobras y de repente le reprenden. Y se queda mirando con una cara de pena terrible. De no entender nada. Renunciando a lanzarse a dentelladas a por lo que cree que le corresponde. >>seguir leyendo

El blog del escritor J.M. Valderrama donde podrás comprar sus libros Días de nada y rosas, Altitud en vena y Aquí Bahía.