Las aeronaves lucen orgullosas la estampa de una gacela. La silueta adorna la cola del avión, el lomo del fuselaje. La flota de Qatar airlines descansa, orgullosa, imponente, en las pistas del aeropuerto de la capital, la base logística de la compañía. Cualquiera podría razonar que los habitantes de ese país sienten un verdadero amor y respeto por las gacelas. Que la representan para simbolizar todos aquellos valores de los que se quieren hacer guardines: la elegancia, la libertad, la armonía.
Maneras de leer (II). Hilos de lecturas
Tomemos por caso a Zweig. Empezamos con su magnífico libro El mundo de ayer. Es un libro de historia del siglo XX, contado de forma amena, dando el punto de vista de un vienés que crece en el rigor prusiano y es capaz de saborear los distintos logros de la cultura europea. Zweig nos muestra el máximo esplendor de Europa. Y después su derrumbamiento. Nos engancha su manera de contar las cosas. Quiero otro Zweig. Lo necesito. Ya tengo el primero hilo del que tirar. Entonces leo Momentos estelares de la humanidad. Y puede que me dé por seguir leyendo historia. Empieza a formarse el segundo hilo. Ese es un hilo que puede bifurcarse en varios. Hay lecturas sobre la historia de España, que a su vez se fragmentan. Imperial Spain retrata la creación del Imperio Español de una forma magistral. Me gusta especialmente el colonialismo. Y en ese campo destaca Naipaul. Otro hilo. Naipaul que es de origen indio pero nace en Trinidad, en las indias occidentales. Y su obra tiene siempre de telón de fondo, cuando no en primer plano, las consecuencias de la colonización.
Samuel el peluquero
Encontrar un buen peluquero no es fácil. No me refiero a estilismos. Alguien que sea fiable. Que no pregunte. Que te corte el pelo siempre de la misma manera. Y no te deje hecho un cristo.
A mí me llevó más de un año dar con uno en condiciones.
Me había trasladado de ciudad y estaba desorientado. Fui localizando los mercadonas, dónde jugar al squash y la única librería del lugar. Solo me quedaba el asunto de la peluquería para cerrar todos los asuntos esenciales.
Al principio retrasaba todo lo posible el corte y cuando volvía de visita a la gran ciudad iba a mi peluquero de cabecera. Pero esa estrategia no podía durar mucho. Mis visitas se espaciaban más y más y el pelo crecía al mismo ritmo. Con el calor me picaba la cabeza y no podía estar todo el día rascándome. Parecía un perro con pulgas.
Lanzamiento de un libro: Días de nada y rosas
Escribir me resulta entretenido y enriquecedor. Durante años los relatos que iba pergeñando se los enviaba a los amigos. Cuando tenían un rato lo leían y me comentaban. Algunos señalaban inconsistencias. Otros sugerían temas. Finalmente había gente a la que, simplemente, le parecía muy bien todo aquello.
Hace tiempo me decidí a reunir parte de esas historias en ‘un libro de verdad’. Tenía la idea de que, en último caso, me gustaría echar un vistazo a lo que escribí hace años, quizás recordando aquella época en la que me dio por jugar a ser escritor. Y para ello sería útil tener el material compilado. Y poder sacar el volumen de la estantería de la biblioteca para hojearlo.
Mercados de abastos (y aquel viaje a Nepal)
Llegamos a Nepal en medio de una tormenta. El avión se movía de un lado para otro. De repente bajaba vertiginosamente. Se estabilizaba. Y volvía a caer unos cientos de metros. Después de tantas horas de viaje lo tomábamos como un divertimento, más que como el preludio de una tragedia.
Cuando aterrizamos y llegamos a una sala en penumbra en la que se despachaban los pasaportes, nos encontramos con otra tormenta. Esta era más complicada. De más alcance. Era la tormenta política que llevaba tiempo asolando al país y que, por fin, estalló. Y nos explotó en las narices. Se decía que la guerrilla maoísta por fin había salido de su covacha y tenía al país al borde de la guerra civil. Esa versión tenía parte de verdad pero la revuelta sobrepasaba a los partidarios de los maoístas. Era un levantamiento popular que reclamaba profundas reformas para derrocar al corrupto régimen monárquico e intentar seguir una senda más o menos democrática, con elecciones y partidos políticos. Cosas de esas que suenan a un sistema algo más equitativo que el feudal que en esos momentos dirigía al país.
Em Bragança
Cruzamos el Guadiana en Badajoz. Y después abandonados la autopista que va hasta Lisboa. Por fin, tras seis o siete horas de conducción monótona, nos adentramos en el mundo rural portugués. Que es distinto del mundo rural español. Podríamos pensar que los portugueses son más cuidadosos con su entorno. Amantes de la tranquilidad. Que son menos horteras. Pero yo creo más en otras razones. No hay diferencias tan grandes en países limítrofes con una cultura parecida y un contexto socioeconómico parejo. No es que el sentido común haya resistido la presión del enriquecimiento a toda costa.
Por la sierra de Gádor: breve historia de la desertificación
La sierra de Gádor, como todas las sierras costeras del sureste peninsular, tenía en tiempos una cubierta vegetal homogénea que consistía principalmente en encinas, aunque también se podían encontrar robles. El bosque se fraguó aprovechando el pico de humedad ocurrido durante la pequeña Edad del Hielo ocurrida hacia el año mil seiscientos. Aunque progresivamente las condiciones de aridez se fueron imponiendo, el bosque se pudo mantener. La bóveda arbórea proveía sombra y frescor, permitiendo la germinación de las bellotas.
Tigre Blanco, de ARAVIND ADIGA
Una crónica en clave de humor ácido, corrosivo, de la India actual. Balram Halwai, el protagonista de la novela, toma el sobrenombre de ‘Tigre Blanco’ porque él es uno de esos casos raros que se da uno en varias generaciones.
Y su caso es la ascensión desde la ‘Oscuridad’ hasta la ‘Luz’. Es decir, que pasa del extenso y uniforme estrato de la miseria total hasta ser un empresario. Algo impensable en un sistema de casta como el de la India.
El autor se vale del género epistolar para narrar su sufrido ascenso social. Cartas que van dirigidas al mismísimo primer ministro chino, para que se haga una idea de cómo es el país que próximamente va a visitar.
Corrigiendo la novela
Me gusta escribir en la cafetería del hospital. Es otro de los lugares que he encontrado para estar a mi aire. Es un espacio generalmente vacío, un poco de plástico todo. Mobiliario barato de un hospital con pretensiones (es de alta resolución según pone en el cartel de la entrada) y pocos fondos. Pero es tranquilo, funcional, discreto. Me gusta.
He llegado aquí después de agotar otros escenarios. Otras cafeterías que ya dieron de sí. Como la de la Universidad, que estaba bien hasta que en octubre llego la manada de estudiantes. No van mucho a clase. Se dedican a flirtear, a dejarse ver, a anunciar a viva voz sus gustos. Es una reafirmación de la personalidad muy propia de la adolescencia. Es curioso verlos disfrazados con gorritos y gafas de sol, reunidos en la misma mesa y cada uno prestando atención a su móvil de última generación. Escribiendo mensajes para quedar con otros y volver a no prestarle atención. Es algo raro. Pero que voy a decir yo de rarezas.
Verano
El paseo marítimo lleno de gente. Tenderetes que ofrecen baratijas, chucherías.
Todo más sucio. Papeles. Manchas de grasa. Olor a fritanga.
Salir a tirar la basura sin camiseta. En plan hortera.
Ruido hasta las tantas. Que se cuela por las ventanas abiertas. Como se cuela el sonido de los grillos.
Noches en vela. Enredado en el empapado amasijo de sábanas.
Me tumbo sobre las baldosas frescas para encontrar un rato de sueño.
La universidad vacía. Sobrevive el Romera. Especialidad en paella con caracoles. Clientela escasa que sale de edificios enormes, con aspecto de hangar abandonado. Un personal mínimo que les mantiene las constantes vitales.