Me falta el aire. Me siento oprimido dentro del saco. Apenas me puedo mover, como otras noches. Me asfixio. Es una pesadilla. O es real. Me incorporo. Gerardo está pegado. Me pregunto por qué diantres no se va para su lado. O quizás sea yo el que se ha movido. La tienda parece más estrecha, deformada por la pesadilla.
Al revolverme palpo algo muy frío. Es como hielo. Enciendo el frontal. Tengo la tienda encima. Lo que he tocado es hielo, efectivamente. Despierto a Gerardo. Empiezo a entender la situación. La tienda se está hundiendo bajo el peso de la nieve que lleva cayendo horas. Silenciosa. A escondidas. Empezamos a dar golpes para sacudirla. Enderezamos los palos. Hay mucha humedad. Quizás eso contribuya a la sensación de ahogamiento. >>seguir leyendo
No ha amanecido aún. Pero nos ponemos las botas. Trabajosamente. La tienda está como una tabla. Del hielo. Los frontales levantan estrellitas al chocar contra el doble techo. Abrimos las cremalleras. Metemos los pies calentitos en las botas congeladas. Es complicado atarse las botas sentado en el suelo. Es complicado sobre todo ponerse de pie desde esa posición, procurando colar por el hueco abierto. A esta hora, con este frío, cualquier cosa es complicada.
El plan es intentar ver el puma de nuevo, confiando en que haya vuelto al corral o esté merodeando por los alrededores. Así que nos vamos a apostar frente a la cabaña del pastor y después, cuando salga el sol y el pastor, iremos tomando altura para prospectar el valle desde arriba, intentando ganar la máxima altura posible. Nos servirá de entrenamiento pero también para ver hasta dónde llega el gato. >>seguir leyendo
El nuevo campamento está a 4400 m, junto a los geiseres. Aprovechamos esta fuente de calor para varias cosas. Nos hemos hecho una infusión con las aguas salobres y la hoja de coca que conseguimos en Sajama. También rellenamos botellas con el agua caliente y nos la metemos entre los jerseys, dentro del saco. Es bastante reconfortante.
El valle de los geiseres en su parte baja
Los geiseres son pozas de aguas limpias. Agua que mana de un agujero inquietante. Si uno se cayese ahí dentro lo mismo llegaba al centro de la Tierra. Eso sí, llegaría escaldado. >>seguir leyendo
Gerardo da infinitos paseos a la laguna, a la piedra en la que tiene el telescopio. Por la noche, al atardecer, al amanecer. Así que está más en forma que yo, pero también más dañado. Los sabañones empiezan a afectarle. La punta de la nariz empieza a estar negra.
No he hablado del francés que apareció ayer por el campamento. Ya han venido cinco visitantes, todos franceses. Dos parejas y uno solitario. El de ayer venía con pareja, una chica tímida que además no hablaba español, por lo que el tipo llevaba la voz cantante. >>seguir leyendo
Estoy obsesionado con subir a la segunda de las lagunas. Gerardo dice que se va a descansar a la tienda. Decido continuar solo. Decido enfrentarme a la montaña. Y mira que no estaba nada bien por la mañana. Otra vez la caja torácica no carbura. No se expande. La junta de la culata debe de ser. Y queda poco para el intento al Parinacota. Si sigo así no voy a poder subir.
Campamento 3 (4585 m)
Estoy enrabietado así que decido ir a la maldita laguna de una vez por todas. Me da igual que esté el terreno minado. >>seguir leyendo
Pasamos la última noche en el valle. Gerardo sigue impenitente yendo a su piedra. Rondando por la laguna, caminando sin descanso a ver si el gato se quiere dejar ver.
Amanece y poco a poco me sacudo el frío. Reúno el coraje suficiente para salir del saco. Me pongo el plumón. Abro ‘la puerta’ y me golpea la intemperie. El valle está aun en sombras.
Perezosamente camino hasta el torrente. Aquí ya no hay aportes de aguas cálidas y meter las manos en la corriente para llenar las botellas es doloroso. Nada más enroscar el tapón envuelvo las manos en dos pares de guantes. >>seguir leyendo
Salgo con la bolsa deportiva cargada con dos raquetas de precisión. Es una tarde soleada, pero el viento la convierte en desapacible. Por eso no tengo remordimientos de tener que coger el coche y tener que cruzar toda la ciudad. Porque no es día para estar junto al mar; los arenales agresivos. Aunque voy a jugar al squash llevo una ropa medio decente. Pantalones, una americana. Una camisa.
Soy consciente de que las botas de treking terminan por no encajar en el cuadro. Dicen los psicólogos que lo importante es ser consciente. Pues ala, yo ya he cumplido. >>seguir leyendo
Una obra maestra por los cuatro costados. Es un libro muy equilibrado en el que las descripciones son compactas y contundentes -las dos páginas dedicadas a Niamey, la capital de Mali, son insuperables- hay contenido didáctico –nos habla de los tuaregs, de la desertificación, de la colonización francesa, del proceso de deshidratación del cuerpo humano- y hay una hilo conductor –atravesar el Sáhara- que te mantiene atrapado. Deseas avanzar, ver más sitios, y te da pena que queden cada vez menos páginas. >>seguir leyendo
Ayer, después de colgar contigo, las cosas cambiaron radicalmente. No pasó nada, pero pudo pasar. Por eso estoy en el hotel, escribiendo esta carta después de un opíparo desayuno.
No pudo ser la cervecita en las aguas termales. Al poco de llegar al hotelito cochambroso de Sajama que habíamos pagado por adelantado una señora nos dijo que había problemas en la carretera. Era una guía turística que andaba con unos franceses por la zona. Tuvo la buena idea de avisarnos que una comunidad ha cortado la Ruta 4. Reclaman su propia carretera. >>seguir leyendo
Procuro desayunar todos los días. Me costó coger el hábito. Pero es mejor así. Al principio me parecía imposible tragarme los cereales de avena con pasas. El muesli. O el moyuelo como le dice Javi. Yo lo llamo pienso para caballos. Solo de pensarlo se me secaba más la boca. Se me atascaban las partículas en la garganta. Con yogur por encima no está mal. Regula el tránsito, como dicen en la tele. En un esfuerzo sosegado por armonizarme con la verdadera naturaleza de mis intestinos acompaño el pienso con una taza de té verde. >>seguir leyendo
El blog del escritor J.M. Valderrama donde podrás comprar sus libros Días de nada y rosas, Altitud en vena y Aquí Bahía.