Un libro muy divertido que cuenta las andanzas de un antropólogo en plena selva africana tratando de estudiar a la tribu de los dowayo. No puedo dejar de citar al propio autor –hay muchas para enmarcar- para mostrar el tono de la novela y los objetivos que persigue. Dice así cuando acude a la embajada camerunesa a pedir el visado de entrada al país: “La principal dificultad reside […] en explicar por qué el gobierno británico considera provechoso pagar a sus jóvenes súbditos cantidades bastante importantes de dinero para que se vayan a zonas desoladas del mundo con el supuesto cometido de estudiar pueblos que en el país son famosos por su ignorancia y atraso. ¿Cómo era posible que semejantes estudios fueran rentables? Evidentemente, había algún tipo de propósito oculto. El espionaje, la búsqueda de yacimientos minerales o el contrabando habían de ser el verdadero motivo. La única esperanza que le queda a uno es hacerse pasar por un idiota inofensivo que no sabe nada de nada”.
Sacar la basura
Por las noches hay que sacar la basura. Es la costumbre que se ha ido estableciendo. Relegar esa tarea doméstica al último lugar. Siempre es un incordio, antes de dormir. Tener que arroparse, anudar las bolsas y enfrentar el silencio de la noche. La intemperie.
Aquí no hay camión de la basura. Existe un circuito subterráneo que lleva las bolsas de un lado para otro.
Sin embargo, cuando me calzo en el pasillo, cerca de la medianoche, lo hago con cierta prisa. Es la inercia de tantos años. La costumbre de actuar al límite de los horarios. Cuando escuchaba el camión de la basura rugir en la cuesta de San Francisco. Y salía a toda prisa.
Vida de oficina (Memorias de un oficinista)
No hay luz. Pero tiene que haberla. Porque puedo ver lo que hay al otro lado de la calle. Es una luz sucia. Y menguante. Que dejó atrás, hace tiempo, su apogeo.
Sólo a estas horas, cuando el día está liquidado, es cuando puedo ver la luz. Los restos de pálida luz.
Creo recordar que en estos precisos instantes es posible admirar, en el negativo de esta vida de oficina, puestas de sol magníficas.
Me resulta imposible acceder a ellas. Los altos edificios que conforman lo que hemos convenido en llamar civilización y sofisticación, allí donde residen todos los documentos importantes que guardan memoria de cada cosa que se dijo e hizo, cortan cualquier perspectiva. Sin duda adoramos el pasado. Renegamos del presente. Nos cuesta imaginar algo diferente.
Expedición al Sáhara Occidental
El invierno está resultando extremadamente apacible. Aun y así hay nieve en la Sierra y los planes se suceden. Buceo trufado con crampones. Tardes de lectura. El sol colándose por el ventanal. Paseos matutinos al borde del mar en calma. Completa calma.
A veces me dejo envolver por esta bonanza. Ajeno a la crisis que, dicen en la radio, dicen en Madrid, dicen en el parquet de las bolsas, está arrasando con todo. ‘Esta todo fatal’ ‘Qué mala suerte habéis tenido’. Me tumbo en una manta que coloco junto al ventanal y leo. Parezco un perro tirado en el suelo. Un perro dichoso.
Sáhara Occidental. 26·12·2011. Algeciras/Tánger
La caja de mantecados y el turrón habían salido de la cesta de Navidad que Manolo le había regalado al Indio. Iba a ser un detalle para adornar la Nochevieja, que pasaríamos tirados en algún lugar del desierto.
Pero no iban a llegar a su destino. Apenas llevábamos cien kilómetros y todos devorábamos mantecados y dábamos mordiscos a las duras tabletas de guirlache. Era la hora de comer. El desayuno era un recuerdo lejano y por allí no había ningún lugar en el que echar un bocadillo. Además las provisiones las llevaba el otro coche, el Toyota Hilux, que ya venía a nuestro encuentro.
Sáhara Occidental. 27·12·2011. Hacia el sur, siempre hacia el sur
Me perturba el sonido de un motor. Estoy metido en la crisálida de plumas que es el saco. Completamente encerrado. Con ropa. Todo. Menos los zapatos. No puedo pensar en la posibilidad de salir de allí. Pero se oye movimiento. El motor del coche. No sé cuánto tiempo llevará encendido. También oigo cremalleras que se abren o cierran. Pasos. Abrir y cerrar puertas.
La última vez que saqué la cabeza estaba muy oscuro. Y todo mojado. Incluyendo parte del saco. Al ovillarme, un lateral quedó fuera de la protección del doble techo de la tienda que me había echado por encima. He escuchado como gotean los árboles. Tengo el pelo algo húmedo. No quiero salir de este refugio cálido.
Sáhara Occidental. 28·12·2011. Empieza el desierto
En Tan-Tan compramos pan para varios días. La cuenta que inicialmente hicimos la hemos corregido a la baja. Nos salían unos 250 panes. A dírham[1] la pieza. Gerardo ha mostrado una sensatez irreprochable. Me ha sorprendido. Va a ser que ha madurado. Se ha casado. Ha sido padre. O al revés. Ya lo dijo en el coche: ‘si es que yo soy el más maduro de todos vosotros’. A lo que el Indio y Javi –llamémosle el lamparones para diferenciarlo del quillo- han contestado con una sonora carcajada.
Sáhara Occidental. 29·12·2011. En busca de gacelas.
‘No hay ni rastro de ellas’, decía Javi (el lamparones). ‘Ya ves, ni una puta cagada, ni una huella, nada’ Corroboraba Migue. ‘Tenemos que tirar para aquellos barrancos. Puede que quede gacela de montaña, la de Cuvier. Allí no llegan los landrover’, proponía el indio.
Todas estas cosas se hablaban al calor de los restos humeantes de la hoguera. Las brasas parecían recobrar vida. Unas cuantas ramas secas y algo más de movimiento y tendríamos un fueguecillo al que arrimarnos.
La noche había sido muy fría. Pasé un rato malo antes de que amaneciese. Esta vez me había quitado los pantalones. Ya tenían demasiada suciedad y quería preservar el interior del saco más o menos limpio. No conviene lavar los sacos de pluma, ya que pierden propiedades.
‘Hombre, mira quien viene por allí, a ver que se cuenta’. Dijo Bego ante la llegada de Gerardo. ‘¿Qué?’ preguntamos todos a coro. ‘Nada tíos. Toda la noche pateando y me encuentro con el sempiterno zorro rojo, el que veo siempre en España’. ‘Es lo que estábamos diciendo, que está esto muy vacío’, dijo Ángel. ‘Pero tampoco se ven cartuchos, quizás los bichos hayan desaparecido hace años’ propuso Jesús.
‘Pero hay huellas. No de gacela pero sí de otras cosas. Vamos para las montañas, a ver que dicen’. Sentenció el Indio.
Sáhara Occidental. 30·12·2011. El Regg Labyad
Según los últimos informes, Standard&Pool y Moody’s han rebajado la nota de calificación de nuestro stock de pan. Ya no tiene la triple A. Uno le da la AAB- y el otro ABB pero con tendencia negativa amortiguada.
Vamos, que el pan se está poniendo duro.
Javi, el quillo, nos enseña una manera rápida de convertir los mendrugos de pan en algo exquisito. Con desparpajo los tira encima de las brasas y las cenizas. Nosotros, que los poníamos a calentar apoyándolos sobre ramas o piedras nos escandalizamos. Parece como si los quisiese utilizar de combustible. Pero no. Allí, en contacto directo con las brasas, reviven. Abriendo esos panes crujientes por la mitad y echándoles aceite de oliva y sal queda un desayuno inigualable. La mayoría lo acompaña con leche que calienta Migue. Yo por ahí no paso. Al lado, en otro fuego, y con el cazo que me presta Ángel, me caliento agua para un té verde.
Sáhara Occidental. 31·12·2011. Pan & Naranjas
Me acuesto empapado de humo. Hoy ha sido la última noche del año. Por eso Migue ha hecho un menú especial: puré de patatas y salchichas. No hay uvas, no hay campanadas. Hay cansancio.
Aunque la jornada estuvo dedicada a pistear, al final cayeron varios kilómetros andando por el pedregal. Llanos inmensos, aparentemente insulsos. En estos paseos uno suele quedar aislado. Los compañeros a la vista. Pero lejos. Quedan lejos. Así que tiendo a caer en la introspección. Me doy cuenta de que casi siempre llevo una piedra en la mano. Aquí hay muchas para elegir. Me obsesiona el sílex. Pedazos de piedra que parecen de plástico. Me encanta su tacto. La paso entre los dedos mientras camino. Cuando me canso la cambio por otra. Hay miles. Algunos de ellas talladas. Pasaron por las manos de nuestros antepasados. ¿De dónde salen las piedras? (pregunta para kokoro) Parece que anduviésemos por estratos. El más superficial, el que constituye el suelo por el que caminamos, se va quebrando. Al contacto con la intemperie. Cambios frío/calor. Pero no solo eso. La sal, que abunda en el terreno –trasladada a superficie por los procesos de evapotranspiración y después extendida por el viento- tiende a meterse por los intersticios. Allí, disuelta en la humedad que la piedra condensa, la sal corroe las rocas. A base de miles de años las va convirtiendo en pedacitos. En el llano conviven fases más o menos desarrolladas del proceso.