Cerca de las siete desayuno en Huéneja. No es la primera vez. Media de tomate o de mantequilla. Café largo. Parroquianos que madrugan para ir a cazar. O por salir de casa y dar una vuelta. Sentir el frío. Alguna faena en el campo. También es el lugar en el que recalan los montañeros. Desde allí miran Sierra Nevada, estudian qué corredor hacer, o si es preferible seguir hacia el oeste, en busca de tresmiles, con más nieve y hielo.
Suelo formar parte de alguna de estas partidas, pero la indumentaria que hoy llevo me descalifica para esas hazañas. Zapatos de cordones, camisa. Sin guantes, sin crampones. Esta vez mi destino está más al norte, en Úbeda. >>seguir leyendo
No era partidario de la siesta. Ni siquiera en verano, de vacaciones. Le gustaba aprovechar ese tramo del día, proclive a la desidia, para avanzar en su trabajo. Prefería las sombras de su despacho al bullicio de las playas. Allí, con las persianas bajadas, clausurando la atroz claridad del Mediterráneo, y arrullado por el cíclico movimiento del ventilador daba rienda suelta a sus inquietudes. Se sumergía en la profundidad insondable de las hojas Excel y el contenido enigmático de unos informes económicos. Mejor que hacerlo en las aguas transparentes de la piscina; odiaba exponer su cuerpo lechoso y flácido a la vista impúdica de desconocidos, por más que todos tuviesen pinta de reptiles enfermos donde él, en ningún caso, sería el peor espécimen. >>seguir leyendo
Una de las grandes ventajas que ofrece el precario mundo científico es que cada poco ofrece bolsas de tiempo en las que uno puede dar rienda suelta a sus inquietudes. Algunos de estos parones, que en primera instancia tiene carácter indefinido, los aproveché para escribir libros, otros para viajar lejos y subir montañas. En otras ocasiones he prolongado mis investigaciones, en un intento por seguir vinculado al exigente mundo académico.
Esta vez tengo un proyecto innovador y altamente estimulante. Tengo entre mis manos el mejor proyecto de mi vida: cuidar a mi hija. >>seguir leyendo
En mis idas y venidas al Cabo me topo con bicicletas. El terreno les es propicio. La llanura durmiente que dulcemente se prolonga en un mar generalmente amigable no ofrece dificultades y además regala un paisaje hermoso.
Conduzco escuchando música. Inevitablemente se suceden los pensamientos y alguno de ellos me acaba por envolver. El que me atrapa en esta ocasión evidencia que el ingeniero cuadriculado o el compulsivo científico con necesidad de clasificar la realidad, siguen siendo personajes a los que no renuncio. >>seguir leyendo
Definitivamente dejó atrás el mundo académico. Agotadas las posibilidades, rebasados con holgura los tiempos de espera, llegó a una edad impropia para seguir esperando que el viento soplase a favor. Las cosas, llegadas a ese punto, ya no iban a cambiar. Estaba en tierra de nadie, varado como un náufrago en una isla con una palmera. Había sombra, cocos y poco más.
Ya no cualificaba para ninguna convocatoria, ni su perfil se podía estirar para convencer a tribunales correosos, dueños de un discurso tan insulso como riguroso, de que era el candidato adecuado, la solución a todos sus problemas. En todos esos años dedicados a crear una lista de méritos contundentes, no logró situarse en una posición de cierto poder, más o menos estable, como para granjearse cierta tranquilidad vital. >>seguir leyendo
Aún es de noche cuando me levanto. Entre mullidos silencios me visto de corredor y desayuno un plátano. Salgo a la calle bien abrigado y para mi sorpresa la niebla envuelve la ciudad. El aire fresco y húmedo me recuerda a las tierras castellanas, donde los bancos de niebla invaden pinares y campos de cultivos durante días.
Pero esta es una niebla distinta. Viene del mar y se conoce como boira. Durará lo que quiera el sol, unas horas a lo sumo. En todo caso yo saldré de su radio de influencia en breve porque a mí me gusta correr por el monte, donde el terreno es más abrupto y hay subidas y bajadas. Si me quedase cerca de casa estaría condenado a la monotonía del llano. >>seguir leyendo
Fui un buen escudero, se confesaba Mórtimer. En aquella lejana etapa, en la que presumía de independiente, de rebelde pero no hacía sino embarcarse en los proyectos vitales de otros. A cambio de no tener que tomar decisiones propias, empujaba con igual o más fuerza que los instigadores de la idea.
Así, fue un partidario irreductible de la ornitología, de las carreras de caballos, de los festivales de cine, de la filatelia. Tenía olfato para detectar a los entusiastas de causas marginales. Se convertían en íntimos de Mórtimer que encontraban en él al amigo dispuesto a todo. Daba el perfil que más convenía para cada situación. Era un buen actor. Le costó años encontrar su lugar en el mundo; por eso estuvo a la deriva tanto tiempo. >>seguir leyendo
La escena que me retrotrae a aquella época de profesor impostado y lecturas fratricidas tiene lugar en la cafetería situada frente a la boca del metro de Plaza de España en Palma de Mallorca. Un local de corte clásico, con camareros uniformados que te atendían con una enorme bandeja redonda cargada de cafés y un paño blanco pendiendo del antebrazo.
El tiempo era desapacible y allí buscaba refugio después de clase. La necesidad de fumarme una pipa me llevaba a ocupar una mesa en la terraza parcamente protegida de las inclemencias del tiempo por una lona transparente. Allí, al calor rácano de unas estufas que lo mismo servían para calentar cafeterías o naves de pavipollos, pasaba las horas esperando que el tiempo se detuviese; pensar que al día siguiente tenía que volver al aula me deprimía. >>seguir leyendo
Te dicen: Disfruta el momento. Pero en realidad se refieren a un período de tiempo, a una época. Disfruta el embarazo. Disfruta el bebé, que el tiempo pasa muy rápido. Disfruta las monerías que hacen con dos años, en la adolescencia son insoportables.
Nada más relativo que el concepto de tiempo. Según las circunstancias 24 horas pueden transcurrir muy lentamente o pasar volando. Esa subjetividad depende de lo que esté por llegar, de que no haya nada por llegar, del estado de ánimo, de la cantidad y variedad de cosas que se hagan. >>seguir leyendo
Estas mismas palabras, en tono afirmativo, era la base del post que inauguraba este blog hace ya 6 años. Esa era mi definición de escritor, la cual no casaba con la opinión de algunos de mis lectores. Quería creer que el hábito y la constancia, probablemente mi única baza para llegar a ser escritor a falta de talento, eran las garantías para adquirir esa condición.
El boom de escritores, libros ─81.391 títulos en 2016─ y editoriales, gracias a la facilidad de publicar hoy en día (autoedición redes sociales, formato electrónico) pone en tela de juicio la afirmación de marras. Escuchando cómo se expresan algunos presuntos autores es fácil dudar que escritor sea todo aquel que escribe un libro. >>seguir leyendo
El blog del escritor J.M. Valderrama donde podrás comprar sus libros Días de nada y rosas, Altitud en vena y Aquí Bahía.