En agosto es difícil descansar. Un calorazo incómodo, pagajoso te ralentiza. La costa, donde vivo, se llena de gente con ansias de desconectar. Se llenan los bares, no hay dónde aparcar. Todo se vuelve incómodo, bullanguero. No es lo mismo ir a tomar una paella cuando el restaurante sirve a cuatro mesas que cuando hay que solucionar cuarenta comandas. Se diluye la sustancia.
Te rodea una muchedumbre que ha venido con el firme propósito de relajarse y divertirse. Tratas de que tu rutina se mantenga imperturbable a las hordas de turistas, a la atmósfera calenturienta que todo lo impregna. Imaginen un oficinista que al entrar al ascensor, con su maletín, aspira los efluvios de crema del sol con sabor a coco. Queda incapacitado para todo el día. Los olores, esas moléculas evocadoras, capaces de movilizar a toda la red neuronal, te llevan del coco al espeto de sardinas. A continuación sientes las manos llenas de grasa. Estamos muy lejos del aroma del café mañanero. De poder actuar de una manera más o menos civilizada. >>seguir leyendo
Tras la publicación de mi tercer libro alguna gente me pregunta (se pregunta) que si esto de escribir va en serio o es un hobby y lo hago en ratillos libres.
Después de haber quemado las naves en el afán de hacerme novelista, de renunciar a una vida algo más previsible y segura, de encajar rechazos, negativas, críticas y miradas francamente dubitativas, después de que la inquietud me asalte en lo profundo de las madrugadas, creo que sí, que voy en serio.
Una seriedad que conviene matizar, puesto que la escritura, para mí, es una fuente de goce y divertimento. Incluso, si me apuran, se podría decir que escribir es lo que he venido a hacer en este mundo. Difícilmente podré aportar otra cosa. >>seguir leyendo
Aunque este es un viaje para explorar el futuro no deja de acecharme el pasado. Asturias tantas veces visitada. Asturias en la infancia era Miajo y con ello se abre el frasco de la esencias. Miajo era el mejor amigo de mi padre. Con Miajo viajó aquí y allá y puede que ese fuese el germen de mis viajes con amigos del alma.
Miajo evoca Arriondas, donde a él, a García-Dory, le dedicaron una plaza en homenaje al ecologista pionero, al defensor de la naturaleza, de tradiciones como la rapa das bestas. Miajo evoca el campo, Paroru, Toñín y les vaques. Miajo evoca una foto de mi padre que siempre fue guiando mis pasos. Sí, mi padre envuelto en un capote, nevando, una foto en la que no se le reconoce. Una foto de alguien que se mete en lo complicado. >>seguir leyendo
En San Esteban de Pravia encontramos un lugar tranquilo, con historias que contar y buenos restaurantes. San Esteban es poco conocido. Dejó de serlo cuando se hundió la siderurgia, cuando el carbón perdió la partida con otras materias primas. San Esteban era una urbe de primer orden. Aquí llegó la segunda línea de ferrocarril de España, con el cometido impepinable de llevar el carbón desde las Cuencas Mineras hasta un puerto fiable, libre de temporales. Ese carbón era esencial para nutrir los altos hornos del País Vasco. >>seguir leyendo
Queda atravesar Castilla y sus castillos hasta topar con las montañas astures. El Sistema Central es solo un pálido reflejo de las tierras húmedas que nos aguardan tras la cordillera cantábrica.
Es cierto que el puerto del Pico, con sus campas verdes, y la mampostería de granito de las posadas y casonas que acompañan al viajero hasta el siguiente puerto, el de Menga, permiten rescatar sabores invernales. Pero también es cierto que Van Gogh sería feliz entre los campos amarillos que se despliegan por la meseta castellana. Campos de cereal recién segados. Paja cubicada. Un sol que agosta en julio. Aguiluchos y milanos al acecho de pequeñas presas a las que las cosechadoras les robaron el escondite en un santiamén. >>seguir leyendo
En Gredos empieza el norte. El escalón que separa las dos mesetas es una frontera innegable. Asalté a pie esa muralla hace años. Puede que ya demasiados años, aunque uno, al recordar, consideré que fue ayer, que no hace tanto, que aún es joven, que no tiene la edad que tiene.
Salí caminando desde Guisando, lejos entonces de saber que los Toros de Guisando estarían presentes en un episodio clave de mi existencia: articulaban los Judíos, moros y cristianos de Cela, libro que me llevé a Bahía Negra y que me ayudaría a evadirme de la soledad y el desamparo, evocando las polvorientas tierras castellanas. >>seguir leyendo
Como siempre que estoy por Madrid me encuentro con repentinas bolsas de tiempo que me pillan desprevenido. Un cambio de horario en una cita. Malentendidos. Cálculo defectuoso del tiempo que se tarda en ir de un sitio a otro.
A veces no hacer nada está bien. Cuando tienes delante las quebrada costa de los Escullos, o un paisaje de montaña. Son situaciones en las que contemplar. Sin embargo, en medio de una ciudad, en un barrio desconocido, junto a una salida de metro infestada de orines, chicles milenarios pegados al suelo y un remolino de porquería, lo único que se me ocurre es buscar un sitio en el que escribir algo.
Ese sitio es un bar de toda la vida. Uno de mala muerte propio de Carvallo. Con carteles anunciando mollejas de cordero y fritura de chopitos. Unos carteles grasientos a juego con lo que pregonan y con las servilletas arrugadas que pueblan el pie de la barra. Un bar que de alguna manera sobrevive a la expansión china en el barrio de Usera. Con tertulianos que juegan con el palillo en la comisura de los labios, mientras dan cuenta de los mismos tópicos de siempre aunque con distintos protagonistas. En lugar de Santillana Ronaldo. Y en lugar de Luis Aragonés Koke. >>seguir leyendo
«Aquí Bahía, aquí Bahía, cambio». Estas eran las palabras con las que encabezaba el parte de guerra: dar cuenta de los progresos, acuerdos y acciones llevados a cabo durante la jornada. Si tras un par de días no había señales de vida es que algo había pasado. Y, en efecto, pasaron muchas cosas. Algunas de ellas difíciles de creer. Durante muchos años traté de sacar aquellas historias a flote. Hasta que di con el hilo conductor que me permitió enhebrar en formato ficción lo que aconteció aquel verano del 96. >>seguir leyendo
Los libros van llenando cajas. El rótulo apresurado pretende guardar rastro de un orden que ya pertenece a otra vida. En la N-P estarán Naipaul, Pessoa, Nabokov, Orwell. Las cajas, apiladas unas sobre otras, ocultarán esas etiquetas.
Cuando los libros vuelvan a ver la luz será como Paul Auster en The red note book. Estará en una casa casi vacía. Sin muebles. Con un rúter y cables atravesando la estancia. Sacará libros que amontonará en pilas, revolviéndolos un poco más. Se juntarán los que estaban en las cajas A-B (el propio Auster, Asimov, Baroja, Bukowski) con los de la W-Z (Zweig, Yourcenar, Winslow). >>seguir leyendo
Como venía diciendo uno decide empezar a lanzar botellitas al mar con mensajitos dentro. O a tirar semillas por todo tipo de terrenos. O a echar la caña de pescar en el océano.
Y casi nunca pasa nada. Hasta que pasa.
Me topo con una reseña de Altitud en vena en el Rincón del Librero, una sección de la revista Quercus para dar a conocer novedades literarias.
Resulta que ese libro es mío, y lo ponen por las nubes.
Entonces uno decide, instantáneamente, que va a seguir haciendo lo que le gusta. Lanzar botellitas al mar, sembrar secuoyas en el desierto, decirle a esa chica imposible que te gusta, tirar la caña al océano. >>seguir leyendo
El blog del escritor J.M. Valderrama donde podrás comprar sus libros Días de nada y rosas, Altitud en vena y Aquí Bahía.