El tren, despiadadamente lento, serpentea entre las formaciones acarcavadas del desierto de Tabernas. Cuando los temporales tienen a bien instalarse en esta parte del país, el paisaje, decolorado por el sol, adquiere matices insospechados. Llueve y la escorrentía se afana por profundizar los rasgos de un paisaje que parece sumamente deleznable.
La revisión oftalmológica ha ido a caer en un día gris de noviembre. Una de esas jornadas desapacibles que fomentan el consumo de unas buenas migas alrededor de una lumbre y echan por tierra el concepto que los turistas tienen de la provincia. En Almería también puede hacer un frío del carajo. >>seguir leyendo
El texto de esta entrada no es mío, ha sido escrito por Isaac Ortega Góngora.
El pandilla cuatro por cuatro de mi hermano va cargado hasta las trancas de Aquarius, Powerade, mochilas, piolets, botas y demás material de montaña.
El viaje hasta Trevélez es muy ameno y no paramos de reír. Es un día primaveral y vamos apurando las curvas; cuanto antes lleguemos al refugio más podremos descansar. Entramos en reserva hace ya un rato y necesitamos una gasolinera.
Preguntamos a un lugareño, que no da dos opciones para repostar. La más cercana queda a trece kilómetros de curvas y la otra a veinte. Nos insinúa que él no echaría en la de Pórtugos. No quiere explicar porqué. Es viernes trece y la misión empieza bien. >>seguir leyendo
En Barcelona encuentra cafeterías sofisticadas. Tanto, que el término “cafetería” resulta vulgar. Son espacios con sofás, amplias mesas en las que rebota el sol; diverso mobiliario de estilo desenfadado para albergar una fauna variada y exquisita. Hay una alta carga de tecnología y afectación en sus clientes.
Está rodeado de hípsters y chicas monas. De diseñadores de interior gays. De extranjeras que zampan panqueques sin piedad. Hay mujeres hiperindependientes que no sonríen lo más mínimo. Conversan con su ordenador. Rostros angulosos. Un cuerpo magro que habla de la severidad con la que se tratan. Con la que tratan a los demás. Hay desarrolladores informáticos ideando la aplicación que les hará ricos. >>seguir leyendo
Encontrar un buen peluquero no es fácil. No me refiero a estilismos. Alguien que sea fiable. Que no pregunte. Que te corte el pelo siempre de la misma manera. Y no te deje hecho un cristo.
A mí me llevó más de un año dar con uno en condiciones.
Me había trasladado de ciudad y estaba desorientado. Fui localizando los mercadonas, dónde jugar al squash y la única librería del lugar. Solo me quedaba el asunto de la peluquería para cerrar todos los asuntos esenciales.
Al principio retrasaba todo lo posible el corte y cuando volvía de visita a la gran ciudad iba a mi peluquero de cabecera. Pero esa estrategia no podía durar mucho. Mis visitas se espaciaban más y más y el pelo crecía al mismo ritmo. Con el calor me picaba la cabeza y no podía estar todo el día rascándome. Parecía un perro con pulgas. >>seguir leyendo
La sierra de Gádor, como todas las sierras costeras del sureste peninsular, tenía en tiempos una cubierta vegetal homogénea que consistía principalmente en encinas, aunque también se podían encontrar robles. El bosque se fraguó aprovechando el pico de humedad ocurrido durante la pequeña Edad del Hielo ocurrida hacia el año mil seiscientos. Aunque progresivamente las condiciones de aridez se fueron imponiendo, el bosque se pudo mantener. La bóveda arbórea proveía sombra y frescor, permitiendo la germinación de las bellotas. >>seguir leyendo
El paseo marítimo lleno de gente. Tenderetes que ofrecen baratijas, chucherías.
Todo más sucio. Papeles. Manchas de grasa. Olor a fritanga.
Salir a tirar la basura sin camiseta. En plan hortera.
Ruido hasta las tantas. Que se cuela por las ventanas abiertas. Como se cuela el sonido de los grillos.
Noches en vela. Enredado en el empapado amasijo de sábanas.
Me tumbo sobre las baldosas frescas para encontrar un rato de sueño.
La universidad vacía. Sobrevive el Romera. Especialidad en paella con caracoles. Clientela escasa que sale de edificios enormes, con aspecto de hangar abandonado. Un personal mínimo que les mantiene las constantes vitales. >>seguir leyendo
Los aviones de los americanos hacían pruebas con aviones de guerra en los cielos de Almería. Pues no habrá otro sitio. Ensayaban el repostaje en vuelo. Hasta que algo falló y cayeron dos aviones. Y con él cuatro bombas termonucleares en Palomares. No es el primer experimento en tierras almerienses. En 1957 el Instituto Nacional de Colonización pone en práctica una técnica de cultivo que promete ser revolucionaria, el enarenado. Básicamente se trata de aprovechar la gran cantidad de luz disponible en las zonas más meridionales de España y su buena temperatura a lo largo del año para cultivar de manera casi artificial, obviando la mala calidad de los suelos y la crónica falta de agua. Los invernaderos son un invento almeriense[1], que se ha mostrado tan rentable como depredador de recursos hídricos. No queda ahí la cosa. La Estación Experimental de Zonas Áridas del CSIC se originó como un instituto dedicado a investigar las propiedades y aplicaciones del higo chumbo (aunque lo parezca no es una tira de Mortadelo y Filemón, ni está implicado el profesor Bacterio). De ahí que sus actuales moradores se refieran a la EEZA (nombre impronunciable y demasiado aséptico, parece un medicamento) como ‘El Chumbo’. >>seguir leyendo
El blog del escritor J.M. Valderrama donde podrás comprar sus libros Días de nada y rosas, Altitud en vena y Aquí Bahía.