No contestan en el consulado. Salta un contestador para que llames el lunes. El correo electrónico lo rebotan; no existe la dirección que luce en la web de la embajada. No sé porqué ni me sorprende ni me cabrea. Otro detallito más de lo que viene siendo la marca España de torito cojonero, ineficacia y tirar ‘p’alante’ (¡quejque somos campeones del mundo oiga!).
Gastamos la tarde en gestiones que nos dejan hacer desde el despacho de los Rangers. Llamo al teléfono de ayuda que aparece en los papeles de la guantera. Voy dando cuenta del problema a los interlocutores que se suceden al otro lado de la línea. Es un ‘listening’ de los complicados. Me acuerdo de Ronald, mi profesor de inglés durante tantos años. Llamamos a España y a Jacobo, que está más cerca, en Nueva York, y nos tranquiliza además de echarnos una mano. Detallamos las pérdidas. Toman huellas dactilares del coche. Apuntan minuciosamente todo lo que les contamos en una libreta de detective.