Me gusta escribir en la cafetería del hospital. Es otro de los lugares que he encontrado para estar a mi aire. Es un espacio generalmente vacío, un poco de plástico todo. Mobiliario barato de un hospital con pretensiones (es de alta resolución según pone en el cartel de la entrada) y pocos fondos. Pero es tranquilo, funcional, discreto. Me gusta.
He llegado aquí después de agotar otros escenarios. Otras cafeterías que ya dieron de sí. Como la de la Universidad, que estaba bien hasta que en octubre llego la manada de estudiantes. No van mucho a clase. Se dedican a flirtear, a dejarse ver, a anunciar a viva voz sus gustos. Es una reafirmación de la personalidad muy propia de la adolescencia. Es curioso verlos disfrazados con gorritos y gafas de sol, reunidos en la misma mesa y cada uno prestando atención a su móvil de última generación. Escribiendo mensajes para quedar con otros y volver a no prestarle atención. Es algo raro. Pero que voy a decir yo de rarezas.