En un pequeño claro, en el collado que hace de divisoria de aguas, un refugio de tablones claveteados y mal encajados, por las que se cuela el humo, da tregua y reconforta al viajero de estas lejanas montañas del Kanchenjunga. Los troncos apilados en sus paredes prometen lumbre. Al viajero le parece bien el descanso, una taza caliente de algo; viene empapado. Las nieblas perpetuas que envuelven estos bosques de rododendros, unidas a las frecuentes lluvias, explican los caudalosos ríos que recorren el fondo de los profundos valles; y que el viajero esté calado hasta los huesos.
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Una vuelta por el Kanchenjunga (I) El país de la bandera rara
NOTA INTRODUCTORIA. El Parque Nacional del Kanchenjunga se encuentra en el extremo oriental de Nepal. Los trekkings para acceder al campo base de este ochomil -el tercero más alto- son largos e incluso tediosos y obligan a atravesar las tres regiones geográficas en las que se suele dividir el territorio nepalí: terai, valles intermedios e y la alta montaña del Himalaya.
El relato del viaje se apoya en este gradiente y obvia la cronología de los acontecimientos. De esta manera se presentan en un mismo lugar o tramo observaciones y anécdotas que corresponden tanto a la subida como a la bajada.
Una vuelta por el Kanchenjunga (II). Las cosas no tan bonitas del Himalaya
Cumbres nevadas que se recortan en un límpido cielo azul. La nieve que de forma inverosímil se amontona en las pendientes casi verticales. Aristas de roca que asoman entre el hielo. El imperceptible devenir de formidables glaciares. Bosques primarios de aspecto temerario a pesar del musgo que recubre sus rincones. El hielo se funde y el agua dibuja cascadas y espuma en su fragoroso recorrido. Antes se remansa en los campos de arroz, se sosiega en los abanicos aluviales. Se esparce por el paisaje. Va de una terraza a otra. Imágenes sugerentes. Paisajes increíbles.
Una vuelta por el Kanchenjunga (III). La brutal llegada del desarrollo
Biratnagar es la segunda mayor ciudad de Nepal. No pongo en duda que aquí viva mucha gente, pero sí que se le llame ciudad. Porque una ciudad conlleva una estructura y una serie de elementos representativos (escuela, templos, teatro, parques) fácilmente identificables. Biratnagar se ha gestado como muchas ‘ciudades’ del tercer mundo: un arremolinamiento de gente que se ha ido estableciendo provisionalmente en torno a las vías de comunicación. Ese rasgo provisional, con todo a medio hacer, se convierte en característica. La provisionalidad es permanente. Hay algún motivo difícil de entender que hace de atractor y provoca que la gente tome la decisión de dejar su pueblo e instalar una chabola junto a un amontonamiento de escombros y basura a medio quemar que se extiende por el tórrido llano, el terai.
Una vuelta por el Kanchenjunga (IV). La esplendorosa vida de los valles.
El reguero de papelillos y envoltorios va disminuyendo a medida que nos alejamos de la carretera y vamos sorteando montañas. Hay menos gente. Las modestas casitas salpican las laderas aquí y allá.
La primera impresión de las espectaculares laderas aterrazadas le deja a uno aturdido. Aquí se vive en vertical y la única manera de comunicarse es caminando. Para ir a la casa de enfrente hay que bajar quinientos metros hasta el río y volver a subir otros quinientos metros. Angostos caminos de piedra. Resbaladizos. Esto empieza a molar.
Una vuelta por el Kanchenjunga (V). Lo que nos hizo humanos
Me quedo ensimismado mirando las brasas relampaguear, los leños ardiendo, las llamas cambiando de forma caprichosamente. El hogar. El centro de la vida.
Cada día nos pegamos al fuego. Compartimos con los nepalíes horas de silencio. De contemplación. De beber té y comer dahl baht. A partir de Yamphudim hace frío y llovizna. Después nevará. Hemos ido dejando atrás la vida agrícola y nos internamos en los bosques de rododendros. El paisaje se vuelve cada vez más agreste. Impone y sobrecoge ver la furia de los torrentes abriéndose paso por las laderas. Las brechas abiertas por los deslizamientos.
Una vuelta por el Kanchenjunga (VI). El bosque
Tortong consiste en tres cabañas de tablones húmedos que no encajan. Situado en una angostura del profundo valle del Yalung, Tortong cumple bien con la denominación de agujero. Pocas veces debe verse el sol en este lugar, permanentemente envuelto en brumas y sometido a una lluvia que no termina nunca.
Arriba a la izquierda, ahogada por el bosque, la principal casa de Tortong. (LINK a video)
El mejor plan en Tortong es salir de Tortong. Misión, por otra parte, nada sencilla. Hay dos destinos posibles y los dos suponen una dura jornada. Seguir el valle hacia arriba, hacia Tseram supone ganar altura y acercarse a los límites impuestos por la hipoxia. Y pasar más frío. Se atraviesa el bosque silencioso, se pasa a ratos junto al tremendo río de montaña que es el Yulang, se llega con las botas mojadas. Deseando sentarse junto al fuego. Esta es la opción sencilla.
Una vuelta por el Kanchenjunga (VII). El glaciar
A mí lo primero que me viene a la cabeza es la imagen de un niño en la playa. Abriendo un surco en la arena a medida que pasa un rastrillo o la mano. La arena desalojada de la depresión que se va formando crea dos muretes a ambos lados de la excavación. Esas son las morrenas laterales. Al final del recorrido, hasta donde el brazo alcanza, queda otro montón de tierra que cierra el pequeño canal. Esa es la morrena terminal.
Y es la primera que vemos en nuestro camino hacia Ramche, último refugio disponible. De entre ella mana el glaciar convertido en arroyo. Año a año el hielo da paso al agua en una cota cada vez más alta.