No puedo dejar de reconocer que es un incentivo pasar por la rotonda en la que se ponen las putas. Podría decir que es una indecencia. Que está muy mal la explotación sexual. Que es un oficio degradante.
Con todo eso estoy de acuerdo. Pero no puedo dejar de reconocer que cuando sé que voy a pasar por esa rotonda, de noche, las pulsaciones suben.
Las putas se sitúan justo después de la rotonda. Hay que frenar para poder rodear bien el obstáculo, y al salir te las encuentras de frente. Es imposible no verlas.’ ¿Qué? ¿eh? Ah sí es que estaba pensando en otra cosa’. Dice alguien cuando le comentas sobre la rotonda de marras. Ya y una mierda. No se puede pensar en otra cosa cuando te topas con una tía medio en pelotas, ceñida en unas medias de rejilla negras, con las tetas apretadas queriendo salir a tomar aire porque se asfixian. No se puede fingir que uno está abstraído, ‘pensando en otras cosas’ cuando tres tiparracas seguidas, una de ébano, otra rubia, y otra con una cascada de pelo rizado, te muestran los músculos tensos de sus pantorrillas y glúteos. Que resulta que van sin bragas, que están en pelotas, en la nacional. Que casi te estrellas.