‘No hay ni rastro de ellas’, decía Javi (el lamparones). ‘Ya ves, ni una puta cagada, ni una huella, nada’ Corroboraba Migue. ‘Tenemos que tirar para aquellos barrancos. Puede que quede gacela de montaña, la de Cuvier. Allí no llegan los landrover’, proponía el indio.
Todas estas cosas se hablaban al calor de los restos humeantes de la hoguera. Las brasas parecían recobrar vida. Unas cuantas ramas secas y algo más de movimiento y tendríamos un fueguecillo al que arrimarnos.
La noche había sido muy fría. Pasé un rato malo antes de que amaneciese. Esta vez me había quitado los pantalones. Ya tenían demasiada suciedad y quería preservar el interior del saco más o menos limpio. No conviene lavar los sacos de pluma, ya que pierden propiedades.
‘Hombre, mira quien viene por allí, a ver que se cuenta’. Dijo Bego ante la llegada de Gerardo. ‘¿Qué?’ preguntamos todos a coro. ‘Nada tíos. Toda la noche pateando y me encuentro con el sempiterno zorro rojo, el que veo siempre en España’. ‘Es lo que estábamos diciendo, que está esto muy vacío’, dijo Ángel. ‘Pero tampoco se ven cartuchos, quizás los bichos hayan desaparecido hace años’ propuso Jesús.
‘Pero hay huellas. No de gacela pero sí de otras cosas. Vamos para las montañas, a ver que dicen’. Sentenció el Indio.