El tren, despiadadamente lento, serpentea entre las formaciones acarcavadas del desierto de Tabernas. Cuando los temporales tienen a bien instalarse en esta parte del país, el paisaje, decolorado por el sol, adquiere matices insospechados. Llueve y la escorrentía se afana por profundizar los rasgos de un paisaje que parece sumamente deleznable.
La revisión oftalmológica ha ido a caer en un día gris de noviembre. Una de esas jornadas desapacibles que fomentan el consumo de unas buenas migas alrededor de una lumbre y echan por tierra el concepto que los turistas tienen de la provincia. En Almería también puede hacer un frío del carajo.